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el siglo sovietico

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ideológico inicial del Partido y evitara que los elementos extraños se hicieran

con el poder.

Zinoviev también afirmaba que, en aquella tesitura, preservar la

democracia proletaria tendría una influencia positiva en la vida del Partido.

La «oposición proletaria», formada por los líderes del sindicato del Partido,

lamentaba la ausencia de democracia y convirtió esta reclamación en uno de

los aspectos centrales de una lista de peticiones. Llegaba incluso a reclamar

que la «democracia proletaria» se viera reforzada con la purga de los

elementos administrativos y el silencio impuesto a la intelligentsia, un método

más bien problemático para crear un partido viable. La cúpula no consideraba

aceptables estas posiciones, puesto que el nivel cultural y la conciencia de

clase de los trabajadores era, por aquel entonces, demasiado débil para basar

en ellos la construcción del Partido.

De hecho, el Partido carecía de respuestas a corto plazo para todas estas

preguntas. Lo único que podía hacer era implantar la NPE sin perder el

control del proceso, mejorar su trabajo y el de su aparato administrativo e

iniciar una tarea educativa a largo plazo al tiempo que purgaba a los

elementos sospechosos. Estas medidas hicieron que aumentara el centralismo

y el autoritarismo. Cualesquiera que fueran las buenas intenciones que había

detrás de todas estas decisiones, los objetivos democráticos eran

evidentemente inalcanzables incluso en el seno del Partido. Con todo, la vieja

guardia seguía confiando en mantener con vida el espíritu democrático y el

modus operandi en las altas esferas.

Los miembros de la vieja guardia seguían fieles al ethos

prerrevolucionario. Para ellos, la pertenencia al Partido no era la vía que había

de conducirles a una carrera sin sobresaltos. Se habían quemado al servicio

del Partido durante la revolución y la guerra civil, y entre las ruinas que el

conflicto había dejado tras de sí. La salud de muchos líderes se había

resentido y los doctores les advertían de la imposibilidad de seguir al mismo

ritmo. En varios casos, fue precisa una orden del gobierno para obligarles a

tomarse un respiro y a cuidarse, a menudo en Alemania o en otros lugares del

extranjero. Es cierto que varios millares de personas que se enrolaron en la

guerra civil no pertenecían a la vieja guardia en sentido estricto, pero eran

tipos dispuestos a pagar un precio elevado por la causa. Los miembros más

convencidos no se preocupaban por el poder en sí. Pertenecer al Partido era

un compromiso que exigía un precio personal, no algo que fuera a suponerles

una recompensa.

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