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el siglo sovietico

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perjudicaban a la productividad y provocaban que la única manera de lograr

un crecimiento fuera por medio de una inyección de grandes sumas de capital,

lo que derivaba en una expansión cuantitativa, una fórmula que, en un plazo

más o menos corto, solamente podía conducir a un callejón sin salida a menos

que se tomaran medidas. Algunos comprendieron la situación en un momento

en que la economía soviética todavía parecía gozar de una buena salud

razonable. El plan no podía garantizar la correspondencia entre objetivos de

inversión, producción y una oferta laboral adecuada. Disponían de las cifras

acerca de la cantidad de trabajadores necesarios, pero el Estado carecía de una

política coherente y de las medidas para garantizar que esos puestos se

ocuparan. Para ello, a su vez, habría sido necesaria una política social

adecuada. En el pasado, la necesidad de mano de obra se había solventado

con el desplazamiento espontáneo de los trabajadores o a través de su

movilización, pero estos mecanismos ya no funcionaban, y todo se complicó

más si cabe a causa de factores demográficos.

La articulación de los factores relevantes en una situación en la que se

había vuelto imposible «movilizar» a la mano de obra fueron objeto de

análisis, en 1968, por parte de un experto, ante un público escogido formado

por funcionarios de primer orden. El ponente, E. V. Kasimovski, estaba al

frente del Instituto de Investigación del Gosplan de la Federación Rusa, y su

charla llevaba el título de «Problemas del trabajo y condiciones de vida» [1] .

Aquella presentación, ampliamente documentada, se ocupaba de los

problemas del trabajo, de la productividad y de la distribución geográfica de

los recursos laborales. A continuación, citaremos algunos puntos importantes.

En los últimos años, los grandes centros urbanos habían experimentado

escasez de mano de obra, del orden de decenas de millares de trabajadores, no

sólo en Leningrado, sino también en Moscú, Kuibishev, Cheliabinsk y

Sverdlovsk. La situación era peor si cabe en Siberia. «Nos encontramos ante

una nueva etapa —dijo Kasimovski—. Nunca antes habíamos presenciado

algo así». Es cierto que las previsiones demográficas alimentaban las

esperanzas de que, durante el siguiente plan quinquenal, se produjera un

influjo importante de jóvenes que accederían al mercado laboral, pero

también presagiaban la posterior caída de este aumento. Entre 1961 y 1965,

ingresaron en el mercado laboral 2,6 millones de jóvenes; el plan de 1966 a

1970 preveía la llegada de otros 4,6 millones, y de 6,3 millones en el período

comprendido entre 1971 y 1975. Pero las cifras disminuían hasta los 4,6

millones en el plan de 1976 a 1980.

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