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el siglo sovietico

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voluntario. Asimismo, la «obligación de trabajar» quedaba restringida a

situaciones excepcionales, como los desastres naturales o las obras públicas

urgentes. Otro capítulo se ocupaba de los acuerdos colectivos y de los

contratos individuales. Siempre que se respetaran algunas disposiciones

especiales, los trabajadores y los gestores podían modificar los segundos. Los

sindicatos se encargaban de las negociaciones colectivas, los tribunales

populares dirimían los conflictos laborales y se crearon comisiones ad hoc

sobre salarios, órganos de conciliación y tribunales de arbitraje. Se mantuvo

la jornada de ocho horas y se regularon las horas extras. El código de 1922 se

asemejaba, en definitiva, a los de los países occidentales, aunque el

beneficiado fuera el sector público.

La transición a la economía nacional planificada de 1929 conllevó

cambios en una serie de disposiciones. El Estado pasaba a ser el único patrón

y los sindicatos se integraban en la gestión de la economía. A partir de 1934,

dejaron de preparar los borradores de los convenios colectivos para ocuparse

de la seguridad social y del cumplimiento de las leyes, algo que hasta la fecha

corría a cargo del poderoso Comisariado de Trabajo, abolido en 1933;

presuntamente se fusionó con los sindicatos, pero éstos carecían de la misma

autoridad que un comisariado que perteneciera al gobierno. En 1930 se

implantó la asignación obligatoria de licenciados a los centros de trabajo

como parte de los procedimientos de planificación. En 1932 se reforzó el

control de los trabajadores: una ausencia de un día podía acarrear el despido

inmediato. Las medidas disciplinarias se endurecieron aún más en 1938, que

tipificó como delito llegar tarde al trabajo o abandonar el puesto

prematuramente. Un decreto de principios de 1940 acabó con la renuncia a un

puesto de trabajo sin el consentimiento de la dirección. Sin embargo, el

Estado podía trasladar a los trabajadores a su antojo sin que éstos tuvieran que

dar su aprobación. En 1947 se reinstauraron formalmente los convenios

colectivos que, a pesar de que el Estado los había abolido en 1935, habían

sobrevivido durante todo este tiempo de diferentes maneras, lo que

demostraba cuán necesarios eran. Los aumentos salariales dependían más que

nunca de las decisiones centralizadas, aunque se permitía una cierta

flexibilidad a escala local. Entre 1930 y 1940, la mayor parte de la legislación

laboral de 1922 había quedado obsoleta. Y el texto dejó de publicarse [11] .

En la etapa postestalinista se derogaron algunas de las medidas más

draconianas. Los trabajadores recuperaron el derecho a dimitir o a cambiar de

trabajo, y un nuevo texto, de 1957, suavizó las rígidas disposiciones que se

habían promulgado durante la guerra. Se estaba preparando una nueva

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