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el siglo sovietico

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La campaña mendaz y nihilista iniciada contra el período soviético estuvo

acompañada de esta suerte de búsqueda frenética de pasados alternativos con

los que pudiera identificarse la nación. Todo se inició con una readopción a

gran escala de todo cuanto fuera zarista y prerrevolucionario, en un intento

patético por dar con un antecesor digno de un sistema que se desmoronaba.

Posteriormente, cuando se intensificó el rechazo a todo lo que fuera soviético,

y que cristalizó con una reacción de odio hacia Lenin, el leninismo y el

bolchevismo, como si fueran hijos del demonio, se propusieron rehabilitar a

los blancos que participaron en la guerra civil, el grupo más reaccionario y

derechista de todo el espectro político del período zarista, y que perdió

precisamente porque no tenía nada que ofrecer al país.

La identificación con cualquier cosa que odiaran los bolcheviques o el

régimen soviético no hace sino confirmar su debilidad intelectual. Muchos

rusos veían la primera oleada de estas «nuevas elites» que conquistaron el

Kremlin y el poder como algo parecido a una nueva «invasión tártara» que

atacaba los intereses políticos y culturales del país. Las mentes más lúcidas y

las autoridades morales temían que la perspectiva que se abría ante ellos era la

de sumir al país en los niveles de un Estado del tercer mundo.

Se necesita tiempo para resarcirse de las consecuencias nefastas del

oscurantismo, pero hay diversos episodios culturales que dan a entender que

se está produciendo una lenta recuperación. Conviene recordar la reacción del

historiador Kliuchevski contra quienes, a principios del siglo XX, aseguraron

que «el pasado forma parte del pasado». No, contestó: abrumados por todas

las dificultades y a la vista de los errores cometidos, el pasado nos rodea,

impregna las reformas, las distorsiona y prácticamente las engulle.

Como si quisiera recuperar el discurso ahí donde lo abandonó

Kliuchevski, Mezhuev, el filósofo político, afirmó con toda rotundidad, en

una conferencia en Moscú organizada por Tatiana Zaslavskaya, que «un país

no puede existir sin su historia» [6] . Merece la pena citar aquí textualmente sus

interesantísimas reflexiones:

Nuestros reformistas, ya sean comunistas, demócratas, eslavófilos o

gente fascinada por Occidente, cometen el craso error de no

identificar una continuidad racional y moralmente justificada entre el

pasado de Rusia y su futuro, entre lo que ha sido y lo que, según ellos,

debería ser. Algunos niegan el pasado y otros lo identifican como el

único modelo posible. El resultado es que, a ojos de algunos, el futuro

no es sino una mezcla de temas del pasado, mientras que otros lo ven

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