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el siglo sovietico

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consolidar el grupo. Sin embargo, en la vorágine de los años treinta, cuanto

más reforzaba la cúpula el control sobre los mecanismos de poder, más

intensa era la sensación de que las cosas se les iban de las manos, y conforme

leían informes o visitaban fábricas, pueblos y ciudades, se daban cuenta de

que la gente no cumplía las órdenes, de que ocultaba la realidad tanto como

podía o de que, simplemente, era incapaz de mantener el ritmo fijado.

Millares de directrices y decretos no se habían llevado a la práctica, y todo

ello contribuyó a que se extendiera entre los dirigentes la percepción de que

su poder era mucho más frágil de lo que parecía. Compartían una sensación

de inseguridad y de desorientación, y algunos dudaron incluso de la validez

de sus políticas.

Podríamos calificar este fenómeno de «paranoia sistémica», un término

que da cuenta de la precariedad del poder y que se erigió en uno de los

elementos principales de la autocracia estalinista y de su propia beatificación.

Abrumados por problemas y socavada su fe por las dudas, los jerarcas

fueron quedando más y más a merced de la influencia de uno de sus

miembros, que parecía suficientemente fuerte y decidido para enfrentarse a

aquel momento histórico. Su dureza, su carácter implacable incluso, parecía la

cualidad necesaria para la misión que tenían ante sí. Vivían el clásico

momento propicio para que alguien que manejara los hilos entre bastidores

lograra reunir todo el poder en sus manos, incluido el de decidir el destino del

resto de líderes. Fue precisamente entonces cuando el poder autocrático llegó

a su apogeo. El futuro del país quedó a expensas de una psique, de una

personalidad dada a la paranoia, de una figura sobre quien había recaído todo

el peso del país en los años treinta. Tal es la coyuntura que explica el subtítulo

de esta primera parte, «Un régimen y su psique». De haber existido un

liderazgo colectivo, habría sido posible atenuar los efectos de dichas

tensiones. Pero en cuanto una persona se impregna de tal modo del poder, es

inevitable que acaben produciéndose episodios de irracionalidad, y por

supuesto episodios sangrientos. La «paranoia sistémica», a nivel político,

cristalizó con la aparición de tendencias paranoicas, a nivel psíquico, en un

individuo. Rencor, malicia, artería, furia… Todos estos componentes pasaron

a formar parte del modus operandi del sistema.

Sin embargo, también coincidió todo eso con el momento en el que el

sistema que creó Stalin se mostraba firmemente reacio a dejarse «dominar», a

pesar de que la imagen del «dominador» se proyectaba tanto en el país como

en el extranjero. Por supuesto, se había alcanzado el objetivo, una

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