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el siglo sovietico

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Sea como fuere, el contrato laboral obligaba a ambas partes. Y aunque la

dirección aún conservaba un poder considerable, los trabajadores poseían un

arma más eficaz que acudir a los tribunales: podían defender sus intereses

cambiando de puesto de trabajo. Los sociólogos y los expertos en estadística

soviéticos estudiaron atentamente este fenómeno. Los administradores, a

diferencia de los obreros, formaban parte de la clase privilegiada, pero ante la

escasez de mano de obra que se avecinaba, la burocracia se vio en la

obligación de llegar a acuerdos para que los trabajadores no abandonaran su

lugar de trabajo. Las grandes empresas contaban con más medios, y ofrecían

viviendas, clubes, guarderías y demás servicios, o trasladaban los gastos que

estos generaban a los ayuntamientos, que dependían por lo general de la

presencia de estas empresas, especialmente a la vista de la proliferación de

ciudades industriales, un capítulo ya olvidado en la historia de la

industrialización en Occidente.

Este fenómeno social generalizado que acabamos de mencionar, la

movilidad de la mano de obra, afectó a todos los sectores. Pero detrás de las

disposiciones de la legislación laboral, y alrededor de ella, se dibujaba una

realidad muy diferente, con cambios de patrón constantes y migraciones a

zonas que ofrecían nuevos empleos, si bien estos movimientos se invertían

cuando las condiciones laborales, de vivienda y climáticas se tornaban

demasiado rigurosas. Las tendencias que se observaban en la mano de obra

planteaban no pocas dificultades a la planificación económica. Quedaba

descartada la solución estalinista, basada en la movilización, en la coerción y

en los métodos policiales, y los gobernantes tenían que enfrentarse a lo que

podríamos calificar legítimamente de «mercado de trabajo», así como a la

aparición de un acuerdo tácito entre trabajadores y el Estado-patrón, recogido

en la fórmula «recibes lo que pagas», o su variante surrealista «haz como si

pagaras y nosotros haremos como si trabajásemos». No obstante, la expresión

«mercado de trabajo» recoge esta realidad mejor que el «surrealismo» tan

apreciado por algunos intelectuales. En realidad, la Unión Soviética asistía a

la aparición y al desarrollo de un proceso abierto y directo, o en ocasiones

más velado e indirecto, de mercadeo económico, que justificaba el recurso a

dicha expresión. La creciente escasez de mano de obra obligaba a pasar por el

aro, dado que los patronos no sólo necesitaban desesperadamente

trabajadores, sino también, a raíz de la paradoja que se cernía sobre la

situación del mundo laboral, debían mantener una reserva de ellos. El

resultado fue una anomalía interesante: los trabajadores que abandonaban sus

puestos en zonas difíciles donde había escasez de mano de obra, escudándose

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