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el siglo sovietico

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obra que publicó en 1998. La sensacional publicación Novyi Mir se vio

progresivamente silenciada después de la invasión soviética de

Checoslovaquia en 1968, pero siguió luchando hasta que el Sindicato de

Escritores nombró a un nuevo consejo editorial sin consultarlo con

Tvardovski, obligándole de este modo a dimitir, como hizo en febrero de

1970. Murió poco después. Era un hombre roto, resentido, que dejó como

herencia una gran poesía y su nobleza personal.

Nos hemos ocupado brevemente de algunos aspectos de la oposición y la

disidencia, una vez trazada la evolución de las formas de la represión política

en el período postestalinista. La polvareda que provocó la disidencia en la

Unión Soviética y en el extranjero, y el tratamiento que le dispensaron las

autoridades, no debería eclipsar las tendencias del sistema que seguían en

marcha en la URSS. Una cosa es que un trabajador no pueda abandonar su

puesto de trabajo, ni pueda protestar legítimamente contra las injusticias que

ahí se cometen, y otra bien distinta es que por fin tenga la posibilidad de

hacerlo. El sistema que negaba cualquier derecho cedió su lugar a un sistema

con leyes, derechos y garantías.

La eliminación de la noción de «delito contrarrevolucionario» y su

sustitución por la de «crímenes especialmente peligrosos contra el Estado»

podría parecer una mera operación de maquillaje y un hecho en última

instancia irrelevante para quienes eran y habían sido perseguidos por esos

delitos. En este contexto, más importante que la historiografía es la biografía.

Sin embargo, los cambios desencadenan, a ojos de los historiadores, una

transición que ha de conducir a otra fase. Ya hemos mencionado que la cúpula

soviética tenía una pésima reputación en el extranjero justificada a causa de la

represión política. Con todo, cuando un sistema penitenciario basado en el

castigo arbitrario y en los trabajos forzados se transforma en uno en el que se

acaba con el trabajo esclavista, que posee procedimientos judiciales, donde

los prisioneros gozan de algunos derechos y pueden enfrentarse a la

administración penitenciaria, en el que no se les veta el acceso al mundo

exterior, pueden entrevistarse con un abogado o protestar legalmente por el

trato que reciben, y cuando el sistema reconoce que tiene interés por instaurar

un mínimo de legalidad en el ámbito penitenciario, una vez se ha logrado todo

esto, el tipo de régimen que se dibuja ante nosotros cambia. Una condena por

motivos políticos provoca una sensación legítima de injusticia, y la

experiencia biográfica ensombrece la dimensión histórica: «¿Qué me importa

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