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el siglo sovietico

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totalizaban 12.180 millones de rublos (un 9 por 100 del producto interior

bruto), sobrepasaban las de los ministerios del Petróleo y el Carbón juntos. En

febrero de 1953, el beneficio bruto de la industria del MVD era de alrededor

17.180 millones de rublos, el 2,3 por 100 de la producción total del país. Aun

así, era el principal productor de cobalto y de peltre y se encargaba de un

tercio de la producción de níquel y de un porcentaje importante de la de oro,

madera y de la leña que empleaban los aserraderos (del 12 al 15 por 100). Los

planes para principios de los años cincuenta potenciaron el peso del MVD.

Una de las últimas órdenes de Stalin estaba relacionada con la producción de

cobalto [4] .

El estudio de los informes detallados y regulares sobre la producción, las

finanzas y la mano de obra no deja lugar a dudas acerca de la prosperidad de

aquel floreciente complejo económico. No obstante, dan que pensar algunas

frases que recogen las quejas de la agencia por los impagos de algunos

ministerios, lo que imposibilitaba alimentar adecuadamente a los internos. De

hecho, aquel conglomerado industrial-policial, de unas dimensiones

extraordinarias y curiosamente arcaico, atravesaba una profunda crisis a pesar

del buen rendimiento de algunas ramas. Las condiciones de vida —léase

muerte— y de trabajo de los zeks no podían sostener una verdadera expansión

industrial. Tarde o temprano, por unas razones o por otras, habría que

abandonar el sistema. Un informe del propio Beria dirigido a Molotov, en

1940, nos da una imagen realista de los problemas de los campos [5] .

Según el documento, no se aprovechaba al máximo la mano de obra del

campo, que se utilizaba en la construcción de grandes fábricas, líneas de

ferrocarril, instalaciones portuarias y «canteras especiales» (para tareas de

defensa), o para inventariar y producir leña para su exportación, porque los

internos apenas comían y su indumentaria era deficiente para soportar las

difíciles condiciones climáticas. El 1 de abril de 1940, había 123.000 internos

agotados que no podían trabajar por falta de los alimentos necesarios, y varias

decenas de miles haraganeaban porque carecían de la ropa adecuada. Esas

condiciones provocaban tensiones en los campos y comportaban pérdidas, y

la situación se había deteriorado porque el Comisariado de Comercio hacía

caso omiso de las directivas del gobierno y del Partido acerca de la mejora en

la alimentación y la distribución de ropa. Peor aún, las existencias de comida

y de vestuario disminuían cada trimestre. Se había distribuido el 85 por 100

de la harina y los cereales previstos, pero tan sólo la mitad del 15 por 100

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