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el siglo sovietico

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de esta tendencia, llevó a su departamento a algunos personajes sumamente

brillantes y progresistas [3] . Después de la caída del imperio, muchos

demostraron una capacidad moral e intelectual que añade credibilidad a sus

relatos del pasado.

Había en aquella sociedad urbana instruida mucho más que los

alentadores fenómenos que hemos citado. Políticamente, no sólo surgieron

reformistas ilustrados, sino también reaccionarios y partidarios de la línea

dura de todas las tendencias. Pero hemos optado por centrarnos aquí en la

novedad y en la complejidad de la realidad urbana a la que tenía que

enfrentarse el régimen, no en una corriente política en concreto, sobre todo a

la vista de que estas tendencias pueden tomar otro rumbo.

¿QUÉ «OPINABA» LA ECONOMÍA?

El funcionamiento y el rendimiento de la economía eran, cada vez más, un

problema. Parecía haberse manifestado una dicotomía fatal: conforme

aumentaba la nueva estructura social, los índices de crecimiento económico

seguían disminuyendo. Basta con indicar que la tasa de crecimiento del

ingreso nacional, según las estimaciones occidentales, después de alcanzar la

respetable cifra de 5,7 por 100 en los años cincuenta, en lo que supuso un

incremento casi tan rápido como el que se había experimentado durante el

primer plan quinquenal, cayó hasta el 5,2 por 100 en los años sesenta, hasta el

3,7 por 100 en la primera mitad de los años setenta y hasta el 2 por 100 entre

1980 y 1985 [4] .

Robert Davies ha confirmado esta impresión. A partir de mediados de los

años setenta, la tasa soviética de crecimiento cayó tanto que, por vez primera

desde los años veinte, el aumento del PIB fue inferior al de Estados Unidos, y

mucho menor al de otros países de reciente industrialización. Estos datos

ocultaban una realidad más compleja si cabe que escapaba de la regulación

política o económica. Las agencias económicas y los académicos sabían que

la situación empeoraba a pasos agigantados.

No es de extrañar, por lo tanto, que la persona al frente de la nave, el

primer ministro Kosigin, se hubiera dirigido en 1966 a la Academia de

Ciencias para que ésta evaluara la situación desde el punto de vista de la

competitividad en relación con Estados Unidos. La Academia contaba con un

departamento que se ocupaba de la «competencia con el capitalismo», de ahí

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