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el siglo sovietico

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del socialismo. Los nuevos miembros no compartían sus valores, ni su

pasado, y llevarían a la organización a convertirse en algo diferente a lo que

había sido, a pesar de que aún se refirieran a ella como el «Partido».

Conviene observar aquí que la orientación principalmente plebeya de los

miembros continuó siendo, durante los años veinte, una fuente inagotable de

recursos humanos. La política de industrialización exhaustiva de los años

treinta llevó a las filas del Partido a más miembros de las clases populares,

que tenían intereses en el régimen y que fueron vitales para la victoria de

1945.

Debemos hacer aquí una aclaración: en nada se parecen una persona

acomodada que adquiere otro privilegio más y alguien que se encuentra en lo

más bajo del escalafón social y que, de repente, puede acceder a lo que antes

le resultaba inalcanzable, por modesto que sea este objetivo. Aunque el poder

no pertenecía a los «plebeyos» como clase popular, ellos y sus hijos (muchos

de ellos) tenían ahora ante sí la oportunidad de llegar a puestos que,

anteriormente, les estaban vetados. Para el régimen, esta llegada de individuos

de las clases populares a los niveles inferiores y medios de la administración y

de las profesiones especializadas se convirtió en una fuente continua de fuerza

y de apoyo populares. No obstante, dado que «plebeyo» equivalía a un nivel

de formación bajo y a una tendencia al autoritarismo, los bolcheviques de pro

—que por lo general tenían un nivel de educación elevado y que habían

estudiado El Capital (normalmente encarcelados en una prisión zarista)—

podían sentirse abrumados en un entorno en el que, citando un ocurrente

dicho de Birmingham sobre la industrialización, había quien no distinguía

Marx y Engels de Marks & Spencer.

De hecho, este predominio de actitudes y orígenes plebeyos junto con el

orgullo de los nuevos «especialistas», formados por lo general en el mismo

puesto de trabajo o en cursillos acelerados, abría la puerta a una posibilidad

más tenebrosa: esta preponderancia podía convertirse en un foco de la política

y la ideología estalinistas, antes de que empezara la NPE y, de manera

masiva, durante la década siguiente. Para aquellos que se habían beneficiado

de la movilidad social (y que estaban de acuerdo con ella), el poder del Estado

y del líder no sólo resultaban aceptables, sino necesarios. Aun así, este

fenómeno no se debía únicamente a la base social del estalinismo, que

contaba con el apoyo aparente de las masas del que ya disfrutaba en la década

de los años treinta y en adelante. Tal y como ya planteé en la primera parte, la

semilla del estalinismo residía en la curiosa ideología «estatalista» que surgió

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