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el siglo sovietico

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UN ESTADO DEL BIENESTAR… PARA EL PARTIDO Y PARA LOS CAPITOSTES DEL

ESTADO

Aunque existían vacíos sorprendentes en el tema de las pensiones, las

prebendas que el régimen ofrecía a los miembros de la cúpula, que también

trabajaban para el Estado y para el Partido y recibían por ello un salario, a

pesar de que no fueran los propietarios o los copropietarios de las unidades

que estaban bajo su control, nos permiten hablar legítimamente de un Estado

del bienestar. Evidentemente, tal Estado del bienestar también existía para las

capas más pobres de la población, pero en el caso de los privilegiados cobraba

unas proporciones lujosas impensables para las condiciones de la Unión

Soviética. En una economía constantemente azotada por la escasez, un buen

salario no era suficiente, y se necesitaba una autorización para acceder a

productos y servicios muy buscados y que únicamente estaban a disposición

de las clases acomodadas. Eso explica el desarrollo de un mecanismo

perverso en el que participaban los funcionarios de más rango, que

presionaban para conseguir prebendas por su buen rendimiento, y los patronos

más poderosos, como el Comité Central, el Consejo de Ministros o los

ministerios, que se servían de tales privilegios como si de una zanahoria o un

palo se tratara, y los concedían o los retiraban a su antojo. Esta situación llegó

a poner en peligro el sistema, ya que giraba en torno de la redistribución de

los recursos existentes, no de la creación de nuevos. Inevitablemente, este

panorama puso de manifiesto la existencia de motivaciones desconocidas en

ambos bandos. El apetito de los administradores era insaciable, y superaba los

límites del sistema. Que algunos apparatchiks con cargos de responsabilidad

siguieran siendo ardientes defensores de su «socialismo» tiene una

explicación bien sencilla: bajo ningún otro sistema habrían conseguido llegar

tan lejos. Sirvan unos cuantos ejemplos para que juzguemos por nosotros

mismos el grado de confort material del que disfrutaban los principales

apparatchiks a medida que ascendían en el organigrama del aparato central.

Sin ocultar su incredulidad, un secretario del Comité Central hizo una

relación de las prebendas que le ofrecieron. El relato se remonta a 1986, pero

la información puede ser válida también para períodos anteriores, y procede

del antiguo embajador en Washington, Anatoli Dobrinin [10] . Dobrinin conocía

bien a los jerarcas, pero no tenía sino una vaga idea del universo del aparato

del Partido. En marzo de 1986 fue nombrado secretario del Comité Central en

tanto que responsable del Departamento Internacional. Al día siguiente, se

reunió con un representante del noveno directorio del KGB encargado de la

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