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el siglo sovietico

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metros cuadrados… Cada año se enviaban a la provincia materiales de

construcción y operarios, pero la situación de las viviendas seguía siendo

lamentable y los servicios públicos (baños públicos, guarderías, hospitales o

teatros, por ejemplo) estaban totalmente dejados de la mano de Dios. La

alimentación también era un desastre y el comité provincial del Partido no

hacía nada para remediarlo, sino que se limitaba a expulsar a los desertores y

a cambiar a los cuadros de cargo. De hecho, nadie sabía a ciencia cierta la

cifra de miembros del Partido.

El apparatchik que escribió este informe desolador solicitaba al Orgburó,

el órgano inmediatamente inferior al Politburó, que investigara la situación, o

que la incluyera en la agenda de la Comisión de Control del Partido, para dar

con una solución.

Este escenario lamentable se desarrollaba en una región remota y cuya

importancia era escasa, y habría sido asignada, en cualquier caso, a líderes de

segunda o tercera fila. Pero el funcionamiento defectuoso de las

organizaciones locales del Partido y de las agencias administrativas era un

mal endémico en muchas otras regiones de consideración. El aumento

constante del número de tareas y las difíciles condiciones de vida superaban

con facilidad la pericia de los cuadros del Partido para abordar dichos

problemas. Estas zonas vivían en una suerte de estado de emergencia

permanente que sobrellevaban razonablemente a duras penas o no

sobrellevaban en absoluto, como en el caso anteriormente mencionado de

Dal’kraikom. El aparato de control del Partido, un órgano que, a su vez,

también crecía a una velocidad considerable, podía encargarse de informar de

la situación, pero seguramente se sentía abrumado por las conclusiones a las

que llegaba.

Ya hemos visto que los problemas, debidos a menudo a las políticas

dictadas desde la capital, se imputaban arbitrariamente a los cuadros de rango

inferior. Cualquier contratiempo, catástrofe, tragedia o situación caótica se

podía interpretar fácilmente como un acto de sabotaje. En este sentido, los

cuadros del Partido no gozaban de ningún privilegio; como cuadros, eran

culpables potenciales, y cuanto más importante fuera su puesto, mayor era la

posibilidad de ser encontrado en falta. Los altos cargos eran algo más ladinos

que los cuadros medios, de ahí que estuvieran «naturalmente» bajo sospecha.

Pero este sistema paranoico de gobierno no se detenía aquí. No había

razón para esperar a que el peligro se materializara. Habría sido una

imprudencia. De la mano de este gran liderazgo iba la «medicina preventiva».

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