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el siglo sovietico

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que respaldara el cambio tanto desde arriba como desde abajo, y

amenazándola con una expropiación a gran escala. La creación de un sistema

que asegurara la transición haría posible mantener unas condiciones de vida

mínimas, evitar el desastre económico y mostrar el camino a la iniciativa

económica individual y colectiva. La siguiente tarea consistiría en formar

políticamente a la población. Pero como nada de todo esto sucedió, ¿qué

sentido tiene, podríamos preguntarnos, hablar de ello? Por una razón

puramente metodológica: para llegar a comprender mejor lo que de veras

sucedió.

Los aspectos políticos del sistema, sobre los que ya tenemos suficiente

información, vuelven a requerir en este punto nuestra atención. La erosión de

los sistemas políticos, y la capacidad de los grupos en el poder para actuar, ha

sido un fenómeno harto frecuente a lo largo de la historia. Cada instancia es

una combinación de rasgos generales y características particulares. Los

observadores advierten dicha erosión cuando ven que un sistema se ha

quedado anclado en las glorias de un pasado triunfal, como sucede con los

generales, que tienden a aferrarse a los planes victoriosos de guerras pasadas.

Esta situación resurge periódicamente bajo diferentes circunstancias

históricas, y se puede apreciar con cierta regularidad en el caso de los

regímenes en declive. Los políticos y los analistas políticos no deberían

perder esto de vista jamás, ni siquiera cuando se enfrentan a sistemas que

parecen ser prósperos.

El sistema soviético estaba en activo, aunque a trompicones, cuando

respondió a la llamada de la historia movilizando la riqueza del país y a su

gran población. Una figura como Boris Eltsin, que no pasará a la historia del

pensamiento, dijo en una ocasión que el sistema soviético no era sino un

experimento que había malgastado el tiempo de todos. Tal vez así fuera en sus

años como jefe del Partido en Sverdlovsk y como presidente ruso en el

Kremlin, pero opiniones como esta, repetidas hasta la saciedad sin tener en

cuenta las realidades históricas, son pura palabrería. He dedicado muchas

páginas a describir la decadencia del sistema, puesto que se trata de una

realidad que hay que estudiar, pero esto no da pie a distorsionar todo el acervo

histórico. El sistema soviético salvó a Rusia de la desintegración en 1917-

1922, y la volvió a rescatar, y a Europa con ella, de una dominación nazi que

habría ido desde Brest hasta Vladivostok. Imaginemos, si osamos hacerlo, qué

habría significado eso para el mundo. A todos estos logros cabe añadir otros,

medidos a partir de los criterios del siglo XX, que permiten considerar a un

país como un Estado desarrollado: la Rusia soviética tuvo unos indicadores

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