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el siglo sovietico

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aspectos, así como a reagruparlos y adaptarlos. En otras palabras, los

dirigentes se encontraban con la típica situación en la que la personalidad del

líder puede ser determinante a la hora de tomar una decisión.

La actuación de Lenin fue única. Impresionante a nivel político y humano

en semejante caos, era la respuesta de un hombre moribundo y semiparalizado

que mantuvo la lucidez hasta el último ataque.

Para Stalin, por supuesto, no se trataba tanto de la cuestión de las

nacionalidades como de una toma de orientación estratégica: su proyecto de

«autonomización» suponía una alternativa al régimen y al cariz del poder que

emanaba del Estado. De una lectura atenta de los textos de Lenin se

desprende que sus prioridades eran otras. Lenin también tenía en cuenta las

consideraciones en relación con el poder, pero en ese momento veía el trato

que se dispensaba a las nacionalidades como una cuestión legítima, y a la que

el Estado debía dar una respuesta adecuada. Lo que estaba en juego en una y

otra versión era el alma de la dictadura. Para Lenin, el proyecto de Stalin se

apoyaba básicamente en una autocracia imperial a la vieja usanza. Y aspiraba

a servirse de la próxima sesión del Soviet Supremo para reescribir la

legislación de la URSS que se acababa de aprobar y devolver a las repúblicas

las prerrogativas ministeriales que se merecían por su estatus, dejando

únicamente en manos del gobierno central los asuntos exteriores y la defensa.

De hecho, la cantidad de ministerios que Stalin propuso crear para la

Unión eran motivo de discusión y de resquemor. Las repúblicas tenían claro

que Rusia acabaría confiscándolos. Y éste era precisamente el objetivo que

perseguía Stalin. Su visión clara y sencilla se inspiraba en la guerra civil. En

aquella ocasión, el poder militar había zanjado la disputa. Devuelta la paz al

país, era preciso forjar un instrumento más poderoso si cabe: un poder sin

ataduras, ultracentralizado e interesado; una auténtica máquina de guerra en

tiempos de paz. Y en el centro de toda esta cuestión estaba el papel que Stalin

se había reservado en la cúspide de este sistema y el plan que había diseñado

para llegar hasta ahí, un plan que incluía también el tipo de partido que

quería, si de veras quería uno.

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