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el siglo sovietico

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No resulta sencillo evaluar en números el vacío que trajeron consigo las

purgas, especialmente entre los cuadros del Partido y del Estado. Una fuente

autorizada sobre la rotación de personal en el Comisariado de Ferrocarriles

entre 1937 y 1938 indica que durante ese período fueron sustituidos el 75 por

100 de los responsables y de los funcionarios técnicos (cuadros superiores y

medios [3] ). No podemos extrapolar estos datos a toda la maquinaria del

gobierno, pero nos bastan para hablar de una hemorragia de cuadros, incluso

en las agencias estratégicamente más importantes.

Las consecuencias del terror se dejaron sentir en la economía, la

burocracia, el Partido y en la vida cultural. A mediados de 1938, el daño

humano, económico y político y su coste eran tales que se imponía, y era

incluso previsible, un cambio de rumbo. Se habló de una «normalización»,

que se llevó a cabo de la manera habitual: había que «nombrar» a un culpable

de las «desviaciones», algo que no suponía ningún problema, pues nadie era

inocente en todo el asunto. El 25 de noviembre de 1938 llegó la hora de la

caída de Yezhov al frente del NKVD y su sustitución por su mano derecha,

Beria. Yezhov fue detenido en abril de 1939 y acusado, como mandaba la

fórmula habitual, de estar «al mando de una organización

contrarrevolucionaria». Lo ejecutaron en febrero de 1940, de acuerdo con el

mismo guión escrito en 1936 cuando el entonces jefe del NKVD, Pagoda, fue

eliminado. Todo aquel que estaba en el ajo empezaba a especular con el

tiempo que habría de pasar antes de que se repitiera la situación.

En el contexto de esa «nueva línea», varios cientos de miles de personas

fueron liberadas de los gulag, pero se trató principalmente de prisioneros

comunes, no politicos [4] . Después del XVIII Congreso del Partido, algunas

víctimas de las purgas fueron rehabilitadas. Una vez más, sin embargo,

aquella operación de maquillaje afectó únicamente a un número reducido de

personas en relación con las dimensiones de las purgas, suficientes para que

Stalin pudiera presentarse como la persona que había restaurado la justicia y

castigado a los culpables. El líder repitió esta demostración de benevolencia

tiempo después, con el arresto y la eliminación parcial, para variar, de un

grupo importante de agentes del NKVD, acusados de haberse excedido en sus

atribuciones al atacar a miembros del Partido y a ciudadanos inocentes. Entre

22.000 y 26.000 agentes se unieron a sus víctimas en los campos o en los

cementerios, pero nadie sabe si entre aquella multitud estaban los peores

elementos. Con todo, aquella actuación sirvió para tranquilizar a mucha gente.

Jlevniuk sostiene que, en 1939, los miembros de la cúpula dirigente

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