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el siglo sovietico

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bestia y encontrar a alguien con mano dura. El país se estaba viniendo abajo y

no había un gobierno central capaz de impedir el caos total.

La derecha monárquica no veía otro modo de resolver los asuntos que

mediante la fuerza militar y el terror, y no lo ocultaba. Pero ¿qué sistema iban

a establecer una vez hubieran colgado de las farolas a los alborotadores?

Algunos de los generales blancos miraron al pasado en busca de un modelo,

un regreso a la monarquía que aún consideraban plausible. En los primeros

meses de 1917 parecía que estos incondicionales del viejo régimen habían

encontrado el camino. Sin embargo, el golpe frustrado de Kornilov de agosto

y el hecho de que los liberales lo hubieran apoyado deberían haber hecho

saltar las alarmas. El objetivo de Kornilov no eran sólo los bolcheviques, sino

toda la izquierda, el gobierno provisional y las fuerzas que lo apoyaban. Para

los militares y otros círculos de derechas, los líderes de los soviets eran

culpables de un crimen, el equivalente a lo que la derecha alemana

denunciaría tras la derrota de 1918 o el mito de la «puñalada por la espalda»

por parte del enemigo. La introducción de los soviets en el ejército por

iniciativa de los líderes civiles de éstos resultó una afrenta para el cuerpo de

oficiales y, a su entender, minaba la capacidad de lucha de las tropas. Las

futuras fuerzas blancas (entre ellas los Cien Negros) necesitarían un tiempo

para reagruparse. Soñaban con retomar Moscú, hacer repicar las campanas de

sus cientos de iglesias y restaurar el imperio con un zar a su cabeza.

Sin embargo, durante ese tiempo, a partir de septiembre de 1917, el país

estaba sin gobierno y parecía ingobernable. Sólo podría salvarlo un

movimiento que apoyara la construcción de un Estado fuerte, pero uno de los

candidatos a tomar las riendas, la izquierda democrática, había entrado en

crisis. No contaba con fuerzas armadas y no llevó a cabo ninguna iniciativa.

Convencida en el pasado de que el país estaba listo para una democracia

liberal, y nada más, e incapaz de darse cuenta de que ni siquiera los liberales

creían en su futuro, la izquierda democrática no supo reconocer su error ni

plantearse una pregunta obvia: ¿para qué estaba preparada Rusia? Por su

parte, los liberales eran muy débiles y no veían que su causa común con los

blancos, para los que la salvación del país residía únicamente en la mano

dura, pudiera cuajar.

No pretendo denigrar a estas personas, muchas de ellas hombres

honorables atrapados en un callejón histórico sin salida. Una buena parte de

los futuros vencedores también se rompió la cabeza (algunos literalmente) al

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