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el siglo sovietico

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reconocido entre sus homólogos por su extraordinaria capacidad de trabajo:

«Sólo si has sobrevivido a Gromiko después de reunirte con él durante una

hora, puedes empezar a considerarte un diplomático». Uno de esos

supervivientes fue el presidente Reagan. Tras una hora con Gromiko, regresó

emocionado a la Casa Blanca, donde celebraron el acontecimiento como se

merecía: en cierto sentido, aquella reunión era su acto de graduación. Lo que

el político no sabía, sin embargo, era que Dobrinin había informado a

Gromiko acerca de Reagan y le había recomendado que no presionara al

presidente por razones diplomáticas. Los responsables de la delegación israelí

en las Naciones Unidas, incluido David Horowitz, jamás dijeron nada en sus

memorias sobre la expresión «amarga» de Gromiko en su etapa como

embajador soviético en aquella institución, momento en el que se debatía la

creación del Estado de Israel. Cada día les preguntaba: «¿Qué puedo hacer

hoy por ustedes?». Los tiempos cambian.

Cualquiera que sea el análisis que se haga de la personalidad de Gromiko,

la diplomacia soviética y la actuación de sus expertos y embajadores fue

extraordinaria bajo su mandato, un hecho que podemos atribuir, sobre todo, a

su perfeccionismo. La lectura de sus notas, análisis y recomendaciones sobre

la situación internacional pone de relieve el profundo conocimiento que tenía

del asunto. Otra cosa bien distinta es que sus colegas del Politburó le

prestaran atención. No obstante, la información que llegaba a la cúpula, y no

sólo en el ámbito de la diplomacia, era cada día mejor, una prueba irrebatible

de la «modernización» del sistema. Hoy, basta con toparse con un diplomático

ruso formado en esta escuela, que dominará asimismo varios idiomas, para

comprobar lo orgullosos que están de su alma mater. Los embajadores

soviéticos en los países estratégicos siempre eran personas muy respetadas, y

especialmente el decano de estos, Dobrinin, o el embajador especial

Kvetsinki, famoso por los progresos alcanzados durante el «paseo por el

bosque» con su homólogo norteamericano, Paul Nitze.

La característica principal de Gromiko era su identificación absoluta con

los intereses del Estado y el servicio fiel a la patria, rasgos que explican su

capacidad para borrarse de la primera línea y dominar su ego, algo

extraordinariamente inusual en quien fue la pieza fundamental de la

diplomacia internacional durante veintiocho años. Egon Bahr, el político de la

República Federal de Alemania que estuvo al frente de la diplomacia entre

1968 y 1972, no esconde su admiración por Gromiko. En referencia a los

recuerdos que tenía de éste, y que apenas dan pistas sobre su vida y sus

logros, Bahr observaba:

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