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el siglo sovietico

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plan contemplaba el equilibrio y las proporciones adecuadas). De ahí el miedo

a un descenso inminente en la circulación de capitales y bienes de consumo

durante el noveno plan quinquenal, y era de esperar que se produjera un

descenso en el papel de los salarios como incentivo a la hora de aumentar la

productividad de la mano de obra y otras posibilidades a la hora de gestionar

la producción. Parecía como si, de hecho, el informe afirmara que el octavo

plan quinquenal había programado un deterioro de la economía que se haría

realidad durante el siguiente plan quinquenal. En otras palabras, los

economistas soviéticos eran plenamente conscientes del camino descendente

en el que se hallaba la economía.

El «estancamiento» se caracterizaba por la imposibilidad de lograr nada

de la burocracia y por una falta de voluntad e ideas entre los jerarcas sobre

cómo poner freno a la situación. Todos los intentos por reducir las

dimensiones de la burocracia, o por obligarla a cambiar de hábitos, eran

batallas perdidas. Después de Stalin, las nuevas reglas del juego, el

«mercadeo» entre las agencias gubernamentales y el gobierno central (el

Politburó y el Consejo de Ministros), hicieron posible que la burocracia se

convirtiera en un coloso que no sólo era el auténtico señor del Estado, sino

que también creó feudos burocráticos bajo la mirada del aparato del Partido,

reducido a un simple espectador y abocado gradualmente a lo inevitable.

El diagnóstico era sencillo: el sistema estaba enfermo y la burocracia

estaba en plena forma. Reformar el sistema comportaba reformar la

burocracia. No sólo nadie estaba en disposición de imponer algo así, sino que

¿por qué iba a ponerse a ello? La advertencia estaba clara… y en este caso su

destinatario era el Kremlin.

Era necesario resolver el problema de la escasez creciente de mano de

obra y detener la crisis económica por medio de un aumento drástico de la

productividad, pero para ello se precisaba, ni más ni menos, de una

revolución. Era imposible lograrlo pasando a una economía mixta,

únicamente concebible bajo determinadas condiciones políticas, y también

éstas conducían a una revolución. Las reformas tecnológicas y económicas

estaban inextricablemente ligadas a las reformas políticas. Había que despojar

a la máquina del Partido de su poder último: el poder para impedir los

cambios. Un levantamiento popular masivo lo habría logrado, pero no estalló.

La alternativa era la reforma desde dentro, dirigida en primera instancia

contra el Partido. Tan sólo una fuerza política revitalizada podía obligar a la

burocracia a iniciar la transición a una economía mixta, presionándola para

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