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y no sólo arrastró entre sus escombros algunos de los
soldados, sino que impidió el tránsito de un cañón
que á los pocos momentos caía en poder de los españoles.
A pesar de este contratiempo, Schwartz pudo
seguir su marcha, quizás con algún mayor desahogo
por la detención, aunque no larga, de los somatenes
en la izquierda de la Abre ra.
Llegan deno- Pero aun así, y aun no habiendo puesto obstados
á Mo- báculos al paso de los franceses Martorell ni el país
intermedio hasta Molins de Rey, donde ya podían
considerarse salvos al abrigo de las tropas que
Duhesme se habia apresurado á hacer marchar en
su auxilio, la larga procesión de heridos y estropeados
que fueron entrando en la noche del 7 en
Barcelona, y el aspecto y desorden que ofrecían á la
vista los dispersos que más se habian adelantado,
revelaban el vencimiento y la derrota de aquella columna
que con tanta arrogancia habia salido tres
dias antes decidida á sujetar todo el país hasta Lérida
y Zaragoza.
Duhesme trató en vano de disimular aquel descalabro
y aún pintó como satisfactorio el estado de
las dos ciudades á que se habían encaminado las columnas,
en una comunicación dirigida al conde de
Espoleta, que vio la luz en el Diario de Barcelona
del 8; toda la población sabia la verdad antes de
leerla y se mofó de una superchería tan miserable
como infructuosa. Hizo aún más; permitió que los
cuerpos de la columna de Schwartz, ansiosos de represalias,
se entregaran á toda clase de excesos en
los pueblos inmediatos á San Felíu de Llobregat
donde se habian acantonado. Los convoyes de car-