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pero en aquel mismo dia lanzando sus batallones ai
ataque de la ciudad, torpemente fortificada y defendida
por soldados allegadizos é inexpertos, penetró
en ella é impuso con la crueldad más bárbara el orden
y la obediencia que su soberano le recomendaba.
Aquel combate, insignificante y todo como fué,
sirvió á Napoleón para iniciar en la guerra de la Península
su antiguo sistema de falsos boletines, á los
que por confesión propia quitó la fé y el aprecio que
como documentos históricos debían merecer. Los españoles
muertos habían sido de 300 á 400, mientras
Verdier sólo habia experimentado la baja de 3 ó 4
soldados heridos en la refriega. Hubiera publicado
que el número de los españoles muertos ascendía al
de 20 y, de éste, 3 arcabuceados tras el combate para
hacer efectivo ei castigo prescrito, y no tendríamos
ahora que ocuparnos en rectificaciones que llenarían
nuestro libro si hubiésemos de hacerlas en cuantos
casos de esta índole nos presentará la falta de veracidad
del emperador Napoleón. Si ésta era disculpable
cuando sólo se trataba de impresionar al público,
no podia serlo al emplearla con los generales que habían
recibido la misión de pacificar la Península. Engañados
con los triunfos ilusorios de sus colegas y
con la idea del efecto que se les decia habían producido
en los españoles, operaban en condiciones desfavorables,
no empleando los mismos recursos que,
de saber la verdad de los sucesos, hubieran puesto en
juego, ni armonizando sus operaciones con el verdadero
estado de las cosas que muchas veces exigían
distinta conducta de la que les aconsejaban las noticias
de su soberano.