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es indudablemeiite el espejo en que con más claridad
se reflejan el corazón humano, sus virtudes y vicios.
El entusiasmo de aquellos hombres que, en vez
de organizarse para la defensa de sus hogares como
lo aconsejaba la prudencia, se adelantaban al encuentro
del enemigo, rayó en delirio al ver á su cabeza
al caudillo que dias antes habían elegido para
Capitán general. Con él se creían invencibles; como
si el valor y el patriotismo, únicas dotes que hasta
entóaces podían aparecer en su ídolo, fueran suficientes
para conseguir el triunfo, y como si ellos
mismos encerrasen en sí los elementos todos militares
que el genio necesita para brillar con éxito.
Lenta y penosa fué la marcha de los zaragozanos
á Alagon. La anterior velada, el desorden en el caminar
de tales tropas y la poca previsión de los jefes
para el racionamiento de unos hombres que habían
dejado sus casas hacia muchas horas sin cuidarse,
quizás, de tomar alimento al abandonarlas, (1) produjeron,
no sólo el cansancio natural, sino grandes interrupciones
y dilación suma. Así es que, al llegar á
Alagon entre 10 y 11 de la mañana, los franceses,
una descubierta de los que cayó en poder de nuestra
vanguardia, asomaban ya por la parte opuesta en
ademan de empeñar el combate.
Seis mil hombres, entre los que sólo se contaban
500 soldados españoles ó extranjeros desertores, poco
más de 100 caballos (2) y los artilleros precisos para
(