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la destrucción total de la división Barbou si no se
ejecutaba la orden de poner en libertad los batallones
desarmados en el cerro del Ahorcado, y Lapeña
rechazaba todo parlamento que no tuviese por objeto
el acordar la rendición del ejército francés, intimada
por él á su llegada al Rumblar y exigida después
por el general Castaños desde la casa de postas que
media entre Bailen y Andújar, donde se habia establecido.
Tampoco son de extrañar las vacilaciones en que
fluctuaban los generales franceses. Su situación era
muy difícil y, con ganar tiempo, esperarían alguno
de esos cambios de fortuna que no pocas veces llegan
á alcanzar las dilaciones en la guerra. Vedel y
algunos otros jefes, aquel por creer que tenia siempre
expedito el camino de la retirada, y los demás
por su irresponsabilidad, buscaban el modo de arrastrar
á su general en jefe á resoluciones extremas.
Baste y aun el general Privé, trataron de convencer
á Dupont de la posibilidad de abrirse paso hasta darse
la mano con Vedel, valiéndose de una sorpresa,
fácil, en su concepto, por la circunstancia de poder
formar las tropas en el olivar sin que se apercibieran
de ello los españoles, y sacrificando en último caso
los equipajes, los enfermos y los heridos. Pero fuese
que Dupont se encontrara abatido por el vencimiento
y debilitado por la disentería que le habia acometido,
ó por la impresión que le hubiera causado una
visita que acababa de girar á sus tropas, es lo cierto
que tuvo por quiméricos aquellos proyectos y, asintiendo
tan sólo á ia idea de que Vedel tratara, retirándose,
de salvar sus divisiones, los rechazó como