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condolerle sobre-manera. Cortesmente también, y aun
con frases calificadas de equívocas y artificiosas por
algunos de los defensores de Valencia, le contestó la
junta hallarse el pueblo decidido á repeler la fuerza
con la fuerza para.sostener sus sagrados derechos y
á su jurado Soberano el Sr. D. Fernando VII. Se
conoce que Moncey vio en el escrito de la junta algo
de débil y conciliador, porque la noche misma en que
lo recibió, que fué la del 26, diputó al coronel español
D. Bartolomé Solano, prisionero también ó tránsfuga,
con la misión de intimar de nuevo, pero verbalmente,
á aquella corporación la obediencia y
demostrarle la necesidad de someterse al nuevo gobierno.
Si la contestación anterior de la junta habia
sido ambigua, la que llevó Solano, también por escrito,
al mariscal francés fué imprudente además,
porque daba á conocer el número y las posiciones de
las tropas españolas. Pero cuando llegó á manos de
Moncey, ya éste habia abandonado la venta del Pueyo,
á unas cuatro leguas de Valencia, y Solano le
encontró cuando ya se hallaba á la vista de un cuerpo
de 8.000 españoles que se disponía á disputarle el
paso de la acequia de Mestalla, junto á la ermita dedicada
al culto de San Onofre por la piedad de los
vecinos del barrio de Quarte.
Combatede Los de Valencia, como los zaragozanos, no podían
San Onofre. r e n i m c} a r á combatir en campo raso mientras el enemigo
no llegase á las mismas puertas de la ciudad:
dejándose engañar por su patriotismo y por la jactancia
característica de nuestro país que los impelían
á no cansarse jamás de pelear y ser vencidos.
El desastre de las Cabrillas habia producido en Va-