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asalto que preveían; y por la izquierda del Ebro
otros destacamentos verificaron una diversión general
desde el puente á la desembocadura del Gallego
y á la torre del Arzobispo y convento de la Cogullada,
llamando á aquellas partes con el incendio de
las mieses á los soldados y paisanos no dedicados
exclusivamente á la custodia de las puertas y baterías
amenazadas.
El fuego fué tomando calor, según suele decirse,
en los dias sucesivos, y el 3, montada ya toda la artillería,
reunidas las municiones que se esperaban,
é incorporada al ejército sitiador la brigada Bazancourt,
que lo hacia ascender á un efectivo de 15 ó
16.000 hombres, se desarrolló con la mayor violencia
(1).
Se conoce que no satisfacían ya los estragos
causados por los proyectiles hasta entonces, aunque
muy graves y dolorosos para los zaragozanos, porque
en aquel dia los artilleros franceses tomaron por
blanco el hospital general que con San Francisco
formaba la entrada de la calle de Santa Engracia en
el Coso. Tan incontrastable se consideraba el valor
de los sitiados que, no esperando conmover aquellos
pechos de diamante con el hierro y el plomo, se trataba
de romperlos con un espectáculo cien veces más
aterrador para ellos que la muerte.
Las bombas parecían lanzadas por una mano in-
(í) Decía el emperador Napoleón que la hermosa y excelente
brigada Ba/aneourt, que hacia ascender el ejército de Verdier á
cerca de 15.000 hombres, no iba para precipitar la rendición de
Zaragoza, de que estaba encargada la artillería, sino á servir contra
los insurgentes de Valencia si intentaban reforzar á los de Zaragoza.
Así lo manifiesta Belmas