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tan dilatado y embarazoso convoy, sus soldados experimentaron
las más tristes impresiones. El camino
presentaba un espectáculo aterrador. Los pueblos
aparecían completamente abandonados; pero dentro
de algunas casas, en las calles y en no pocos puntos
de la carretera, se descubrían los signos más terriblemente
elocuentes del espíritu de venganza, despertado
en los españoles por la conducta indisculpable
de los invasores en Córdoba. Pendientes de un
árbol y con las señales de haber sufrido un martirio
prolongado, se descubrían varios cadáveres en
una encrucijada del camino; en alguna casa yacían
otros por el suelo, sorprendidos, sin duda, en la embriaguez
ó el sueño; no lejos de un olivar ó en lugar
próximo á accidentes del terreno propios para
una emboscada, un combate, acaso desigual, habia
dejado muestras de un encarnizamiento hasta la más
delirante crueldad; y en fin, el país todo que recorrían
los franceses en su retirada, ofrecía la perspectiva
de las represalias más cruentas, de una guerra
sin tregua ni piedad, de la guerra de fuego. La primera
impresión que causó en los franceses aquel espectáculo
fué el de la rabia: al fin de la jornada era
la del abatimiento más profundo.
¿Creían acaso los violentadores de Córdoba que
iban á encontrar en España la paciencia y humildad
que habian observado en otras partes y producido en
ellos, con el orgullo de los conquistadores y la costumbre
de la impunidad, la confianza de no verse
nunca turbados ni en sus providencias ni en sus
desmanes? No: aquí podrían ellos cometer violencias,
podrían seguir la manera suya de conducirse