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mino, esperando tomar puesto en la columna de
marcha.
Ya estaba muy avanzada la noche cuando tocó
su turno á los dos regimientos suizos de Prenx y
Reding que se colocaron en pos de los bagajes. Su
procedencia militar española y la deserción cada dia
creciente de los soldados, los hacían ya sospechosos,
á pesar de ir conducidos por generales que inspiraban
la mayor confianza por su valor y carácter. A
los suizos seguían los dos batallones de la 3. a
legión
y los de la Guardia de París que formaban la brigada
Pannetier, reforzada con los dos regimientos de cazadores
á caballo y una compañía de artillería ligera
á las órdenes del general Dupré, su jefe.
La retaguardia se compuso de los dos regimientos
de dragones y el escuadrón de coraceros que
mandaba el general Privé, del batallón de marinos
de la Guardia y los zapadores del ejército.
Dupont se puso á la cabeza y quedó Barbou en el
cuerpo de retaguardia para atender al orden y á la
actividad en la marcha: los jefes todos, en fin, recibieron
las instrucciones necesarias para la escolta
de convoy tan dilatado y la vigilancia respecto á un
enemigo á quien se esperaba burlar por algunas horas,
pero que podia presentarse muy luego á la vista
de los últimos batallones.
La distribución de los cuerpos y de las armas,
estaba, de consiguiente, perfectamente calculada
para el caso de una acción de retaguardia, la única
que Dupont sospechaba, la única que en concepto
suyo era de temer. La marcha fué necesariamente
lenta: en aquella estación y en Andalucía, las no-