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tenores por el ancho foso que hoy cubre el pavimen
to del Coso. El arco de Cineja volvió á cerrarse como
podría estarlo la antigua puerta Cineraria, y la Calle
de San Gil, no confiando en nuevas equivocaciones,
fué interceptada por diferentes cortaduras y parapetos
que la hiciesen completamente iutrausitable.
En el hospital de convalecientes se aumentaron las
obras de defensa, y por el lado opuesto todas las avenidas
del Coso, y las casas próximas á la posición
francesa se aspilleraron y fortificaron cuidadosamente.
De manera que en la mañana del 5, los franceses,
y no los zaragozanos, parecían los sitiados, aun cuando
dentro de la ciudad cuya expugnación pretendían.
La situación de los españoles era, sin embargo,
muy apurada. Escaseaban los víveres; era de temer
la putrefacción de tantos cadáveres como yacían por
las calles, y faltaba absolutamente el primer elemento
para la guerra, la pólvora. Si se lograban
conjurar los gravísimos peligros que representan
aquellas necesidades, Zaragoza era libre, porque sobraba
el valor en sus defensores para arrostrar los
combates que aún deberían librarse en las calles de
la ciudad heroica.
La abnegación de los habitantes tenia que impedir
la infección de la atmósfera que era de temer; y,
á fuerza de celo por parte de todos ellos, se logró en
poco tiempo la inhumación de los muertos, franceces
y españoles indistintamente (1). Palafox proveyó
(1) Carlos Ricardo Vaughan, en su opúsculo ya citado, dice lo
siguiente: «En todo el tiempo del sitio, nada causó más embarazo
»á Palafox que la enorme acumulación de cadáveres que le hacia