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ambición de un tirano que aún tenia el provocador
cinismo de disculparla con los fueros de la civilización
y de la justicia.
Caian los cascos de granada y de bomba en número
extraordinario por las calles próximas al hospital;
pero, sin arredrarse por lluvia tan aterradora,
hombres y mujeres se dedicaron á la traslación y
cuidado de los acogidos con tal calor y asiduidad que,
antes de terminar el dia 3, todos se hallaban colocados
y exentos de peligros. «Si por su valor, dice
»un extranjero cronista de aquellos sucesos, los habitantes
de Zaragoza merecieron la corona de
»laurel, los cuidados que prodigaron en ese dia á la.
»humanidad desgraciada, les dieron derecho también
á la corona cívica.»
Debíanse todos estos cuidados exclusivamente
á ius vecinos de la ciudad entre los que se distinguían,
con las autoridades, los religiosos y las mujeres,
descollando sobre éstas la condesa de Bureta
que las conducia siempre allí donde era necesario
confortar con víveres ó refrescos á los combatientes
ó cuidar de los enfermos y de los heridos (1).
(1) La condesa de Bureta pertenecía á ia ilustre familia de Azlor
y era por lo mismo palienta de Palafox. Tenia mucho talento, y
desde los primeros dias del sitio se habia constituido en jefe de todas
las mujeres de la ciudad que, entusiasmadas con sus arengas y
más todavía con su valor y sus virtudes, la obedecían ciegamente
y la acompañaban sin titubear á sus aventuradas expediciones á la
linea de combate con municiones, refrescos y medicamentos.
Carlos Ricardo Vaughan, joven ingles que sirvió como voluntario
á las órdenes de Palafox en este primer sitio, decia después en
un opúsculo que obtuvo el honor de lOediciones: «La condesa de
»Bureta, que ocupaba en el país un rango distinguido, formó una
"asociación de mujeres para cuidar á los heridos y llevar provisio-
»nes y vino á los soldados. Frecuentemente se veia á esta señora,
"joven, hermosa y delicada, llenar con sangre fria en medio de un