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combates á que, para más tarde, les convidaba su
concentración en Belchite, comprendían los zaragozanos
la conveniencia, la necesidad, mejor, de que
las tropas regulares secundasen los esfuerzos que
estaban dispuestos á exhibir cada vez con más
patriótico ardimiento. De otro modo, y faltando municiones,
gastadas las existentes en las primeras
horas del combate, seria imposible resistir al ejército
francés que el Emperador no dejaría de reforzar con
nuevas tropas y el material necesario. Así es que,
trascurrida la noche en el regocijo y la algazara que
no podia menos de producir la sorpresa de victoria
tan completa, se pensó en dar al capitán general noticia
de uuos sucesos que debían cambiar necesariamente
sus proyectos militares.
Ofreció doble ocasión para hacerlo un pliego que Lefebvre inti-
Lefebvre dirigía á los administradores de Zaragoza,
iutimándoles la rendición y entrega de la ciudad.
No creyéndose autorizados ni el teniente-rey ni el
corregidor para abrir un pliego que parecía dirigirse
al magistrado supremo del Reino, después de largas
discusiones en la junta, resolvieron enviarlo al general
Palafox; acompañándolo con el parte del combate
anterior, la exposición del estado en que se
encontraba la ciudad, la de las medidas que se estaban
tomando para resistir otro ataque, y la demanda,
en fin, de socorros inmediatos, y aun de la
presencia del mismo general ó la de uno de sus hermanos.
El oficial conductor de los pliegos llegó á Belchite
la madrugada del 17 y, con ellos y con la
relación de los acontecimientos, causóla más agrá-
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