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de causar éstos en la corte y las resoluciones á que
al fin habia de entregarse en tan desgraciada campaña
como aquella primera de los franceses en la Península,
hicieron olvidar los escrúpulos de aquella corporación
y las medidas imaginadas para desvanecerlos.
Tenia José, por otra parte, cuidados que agitaban
más su espíritu que los obstáculos que el Consejo
pudiera oponerle.
El celo y la actividad del general Savary habian
logrado ahuyentar del ánimo de José la susceptibilidad
que en él se fuera abriendo paso desde su entrada
en España. El monarca habia visto en el general,
más bien que un consejero, un jefe; y lamentándose
de ello á Napoleón, le habia pedido la cesación
de un dualismo tan perjudicial al mando en las graves
circunstancias porque atravesaba entonces la
administración francesa. Pero, aun puesto de lado
este peligro y por más que se encontrase satisfecho
del cambio que suponía iba produciendo su presencia
en los españoles, el aspecto de las operaciones
militares no podia ser más desconsolador y tétrico.
La victoria de Rioseco habia perdido mucho de aquellas
proporciones que Napoleón la daba en los primeros
momentos. Zaragoza, no sólo resistía, sino que
acababa de escarmentar rudamente á los sitiadores;
y el ejército de Moncey habia recibido orden de acercarse
á Madrid, donde Savary queria concentrar una
masa imponente de tropas que asegurase contra todo
evento aquella grande y única base de operaciones.
Y aun cuando Berthier dijese en sus despachos que la
de Valencia era una cuestión de segundo orden, y otro
tanto de la de Zaragoza, á pesar de tener ya más im-