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la topografía de las inmediaciones. El resto de la
guarnición quedó en los fuertes exteriores y en las
murallas de la plaza, atentos los soldados y los voluntarios,
como todos los habitates, á impedir el que
un revés de los salientes produjera la entrada simultánea
de los sitiadores.
Entre nueve y diez de la mañana los vigías de la
catedral avisaron que las tropas de Caldagues empezaban
á subir la montaña de Monjuich por las faldas
de Levante. Con el ataque del ejército de socorro
debia coincidir la salida de los cuerpos apostados
en Monjuich; pero el entusiasmo de los soldados,
encendido al toque de rebato en los templos de la
ciudad, arrastró á La Valeta á adelantar su salida y
atacar las baterías de brecha y de rebote que cañoneaban
el castillo. El ataque fué impetuoso y rudo,
como al arma blanca: los españoles asaltaron las
baterías hasta por las cañoneras; y cuantos franceses
intentaron resistir mordieron la tierra, huyendo
la generalidad al abrigo de las torres de San Luis
y San Narciso. Los nuestros redoblaron sus esfuerzos
para desalojar á los sitiadores de sus nuevas posiciones;
consiguieron penetrar en la torre de San
Luis, y se disponían á establecerse sólidamente en
ella, cuando reforzados los enemigos par un batallón
de suizos, que se hallaba en reserva, lograron hacer
retroceder á los voluntarios de Barcelona, como en
castigo de su temeraria impaciencia. La retirada
amenazaba ser definitiva, vista la desproporción de
fuerzas, cuando el mayor de Ultonia, puesto á la cabeza
de su destacamento y ordenando á los que se
se retiraban, restableció el combate y, á costa de una