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ferna'l. A los pocos minutos de haberse hecho blanco
de aquel santo asilo, caian sobre él en tal número,
que hubo enfermos en quienes el espanto, haciéndose
superior á la dolencia que los tenia postrados,
les obligó á abandonar el lecho y precipitarse á la
calle (1). Fué necesario desocupar inmediatamente
el edificio y conducir á la Audiencia y á la Lonja
más de 500 enfermos que albergaba el hospital con
las precauciones que son de presumir y el peligro,
siempre amenazador, de las bombas que estallaban
en las calles. Calvo de Rozas, Obispo, alguuos regidores
y varios particulares influidos de la lástima
que no podia menos de inspirar la situación de aquellos
infelices, rivalizaron en procurarles un alivio á
que contribuían, por su parte, todas las clases de la
población; unos llevando del brazo ó en hombros á
los más necesitados de ayuda, y todos procurándoles
la comodidad posible. Pero lo que más conmovió á
los zaragozanos, fué el espectáculo que ofrecían los
expósitos y los dementes, acogidos también allí, al
ser trasladados á otros edificios distantes del que los
enemigos habian tomado por blanco de sus obúses
y morteros. Los lamentos de los niños y la insensibilidad
ó la risa estridente délos locos formaban un
contraste tan discordante en la extraña comparsa de
su traslación, que no es de admirar la rabia que, á la
vez, produjo hasta en los más prudentes la vista de
tanta miseria como iba causando por el mundo la
(í) «Los franceses, dice Schépeller, sabían muy bien el deslino
»de aquel notable edificio. No fueron algunas bombas las que ca-
»yeron en él por casualidad: se disparó sobre el desde la mañana
»hasta la tarde.o Verdier creería asi imitar á Escipion el numa
atino.