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y plomo con profusión aterradora; pero, aun arrebatando
filas enteras de la columna de ataque y cubriendo
su frente de cadáveres, no logra contener su
marcha hasta el borde del foso. Allí se hallaba, sin
embargo, el límite de sus esfuerzos. El capitán Don
Santiago O'Lawlor y varios otros oficiales que dirigían
la defensa en la batería, llaman á sí y establecen
en el parapeto sus soldados; una pieza emplazada
en lo alto del muro que se eleva á la izquierda de la
torre y los paisanos que lo coronan redoblan el
fuego según es mayor el peligro á que ven expuestos
á los de Santa Catalina y, reforzados los de abajo
y los de arriba por cuantos custodian los puntos inmediatos,
despliegan tal masa de fuego y energía
tanta, que hacen impotentes el valor y el ímpetu de
los enemigos. Abrumados con la metralla y el incesante
fuego de fusilería que se les dirige de la batería,
de la muralla, de los tejados y hasta de las torres
más próximas y de la otra orilla del Túria: desmontada
una parte de su artillería por la nuestra,
de mayor calibre y en situación excelente, y observando
la ineficacia del ataque de su izquierda, cejan
allí también los soldados de Moncey y se retiran
precipitadamente (1).
En esta situación empezó á escucharse hacia la Acción de ios
izquierda del ejército francés un fuego bastante vivo de ia Huer
0) «Opusiéronsele, dice el P. Rico, más de 3.000 fusiles que
"obraban á un tiempo desde el muro y la parte opuesta del rio; los
"cuatro cañones de la misma batería con un fuego sostenido y espantoso;
y el que arrojaba con igual acierto y terror el de á 4
*9,ue estaba colocado sobre el muro, y esta firmeza y el estrago
"que sufria la columna enemiga, la hizo desistir de su empresa.
n
y huyó vergonzosamente hasta sus reales.»