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en España, no debían ser muy sólidas, pues, de haberlo
reconocido las tropas del campo de San Roque
y las de Cádiz, no existiría el bloqueo, que no de
otro modo debia llamarse el aislamiento en que se
encontraba Dupont. Murat, por otra parte, estaba enfermo
y, más que enfermo, hallábase disgustado del
giro que se habia dado á los asuntos de España. Ya
no iba él á ceñir la corona de esta nación que, por
rebajada que apareciese en aquellos tiempos, reflejaba
todavía mucha grandeza y mucha gloria. Deseaba,
pues, con ansia abandonar un país de que le
rechazaban la fortuna y la sangre, tan abundantemente
vertida en los pocos dias de su permanencia
en él. Cada dia y cada vez con más insistencia, repetía
sus instancias para abandonarlo, hasta que,
convencido Napoleón de que ni la salud ni la disposición
de ánimo consentían á Murat el dedicarse á
los negocios de la Península, despachó para ayudarle
en tan grave tarea al general Savary, al mismo
de quien se habia servido para arrastrar á Francia al
incauto D. Fernando. La elección no podia ser más
inoportuna, excitado, como se hallaba, el sentimiento
público en España contra el falaz mensagero que
la habia arrebatado sus monarcas; pero la confianza
que el Emperador tenia en los talentos de su nuevo
delegado, en su ingenio y energía, le hizo fijar en
él su elección para representar á su hermano, ínterin
se dirigía éste á Madrid con todo el boato y fuerzas
con que imponer á los españoles, si no lograba
atraérselos.
No venia Savary muy satisfecho del papel que
se le quería hacer representar. Reducíase por el