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un bando en que el Intendente, después de aconsejar
que todos los ancianos, mujeres y niños se retirasen
á las casasen el momento en que empezara el fuego,
prevenía no se descuidase un instante la vigilancia
para rechazar el asalto que regularmente sucedería al
bombardeo. Hacíanse en el bando varias otras prevenciones,
todas con el objeto de infundir confianza á
los habitantes, diciéndose, entre otras cosas, que para
señalar en Zaragoza las casas de donde saliese
fuego, como se decia falsamente haberse hecho en
Madrid, «¡no serian bastantes las tropas francesas
que habia en España!»
Todos, pues, sitiadores y sitiados, se preparaban
á una función igualmente solemne para unos y otros,
con la diferencia de que al campo francés llegaba
entonces el coronel Piré con una columna formada
del 3. er
regimiento del Vístula, un batallón de granaderos
y cazadores (d'eíite) y tres escuadrones,
convoyando lo que faltaba del tren pedido á Pamplona,
y en Zaragoza entraron 200 hombres armados,
procedentes de Monzón, con dos obuses que
habian sacado de su antiguo castillo. En el campo
sitiador habia, siguiendo la frase de Napoleón, un
verdadero ejercito: en Zaragoza, los defensores del
dia 15, más 400 ó 500 hombres entre soldados de Extremadura
y paisanos, y 8 piezas de un alcance
superior á las del tren de campaña de 1795.
A las doce de la noche del dia 30, el silvido de una
bomba que hendía los aires, dispertó á Zaragoza con
el anuncio de la nueva y ruda prueba con que el
cielo quería aquilatar el valor y el patriotismo de
sus habitantes.