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tomado la providencia de separarlos de su ejército.
Y no era esto sólo: antes de marchar á aquella
villa habia encontrado oposición á sus planes ofensivos,
habiendo quienes proponían la retirada á Valencia.
Y no hay que tomar aquella indicación como
previsora de la triste jornada a que se les queria
conducir, porque, de no ejecutarla, expeditas se encontraban
todavía las puertas de Zaragoza donde
podían emplearse con fruto las tropas reunidas en
Belchite y la Almunia. El general Palafox habia necesitado
recurrir á un acto extremo, imitación de
otros varios á que habian recurrido con éxito algunos
héroes de la antigüedad, y entre ellos nuestro
compatriota Pizarro en la isla del Hamlre. «El jó-
»ven general, dice Foy, anunció que daria pasaporte
á cuantos quisieran ir á Valencia y dijo a los sol-
»dados: ¡El que me ame, que me siga! y el ejército
»entero le siguió.» Schépeler dice en su excelente
historia: «Cuando Palafox dio á conocer su resolución
»de atacar á los franceses, varios jefes le hicieron
aprésente la organización incompleta de sus tropas:
cestas observaciones eran prudentes; pero se comedió
la indiscreción de hacerlas públicas, é introdujeron
el desaliento en los cuerpos. Palafox, á fin de
»borrar aquella impresión, concedió permiso á todos
»para solicitar sus pasaportes. Nadie los pidió.» «Respondióse
á su voz, añade el conde de Toreno, con
»universales clamores de aprobación, y ninguno osó
»desamparar sus banderas. De tamaña importancia
»es en los casos arduos la entera y determinada vo-
»luntad de un caudillo.»
Nosotros, lo repetiremos cien veces, no quere-