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nes, paralizados sus movimientos y destruidos sus
ejércitos. El soldado no encontraba un rostro amigo
entre sus huéspedes, convertidos de un dia á otro en
sus más encarnizados perseguidores; no encontraba
descanso en los alojamientos ni en el campo, siempre
expiado y en peligro siempre de ser sorprendido
ó caer en una celada sangrienta; y si en un acceso de
cólera ó por la costumbre de sus crueldades intentaba
vengarse de los riesgos que corría, del insomnio
y las fatigas y escaseces de que no lograba nunca
reponerse, veia al punto el fantasma de sus enemigos
á la luz del sol ó á la sombra, como más terrible
podia parecerle, alzarse contra él para pagarle con
usura su cólera y sus crueldades. Y en Aragón y Cataluña,
en Valencia y Andalucía, en Castilla, en todas
partes donde la bandera tricolor revelaba la presencia
de los invasores, los españoles todos, sin distinción
de clases ni de edades, casi sin la de sexo,
parecían no dedicarse á otra tarea que á la de exterminar
franceses, ni haber nacido más que para dar
nuevo ejemplo de aquel rudo anhelo que caracterizaba
á nuestros antepasados por su libertad é independencia.
Parecía escucharse en la montaña, en el
llano y la hondonada, el antiguo canto de los vencedores
de Carlomagno:
Ya están, ya están; y entre un cañar de lanzas
Las banderas tremolan mil venganzas.
Sus armas á raudales centellean;
Cuéntalos por muchísimos que sean,