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quirir el estado de los ánimos en la ciudad; pero
después de recibir algunas contestaciones de las juntas
parroquiales, casi unánimes en su opinión de resistir,
algún vocal de la Suprema, de acuerdo con el
P. Rico, salió á las calles y puertas á sublevar á los
habitantes y, retirando la guardia de la casa consistorial
donde aquella celebraba sesión, la dejó á merced
de los defensores más acalorados, quienes la impusieron
su propia resolución á la voz de «¡Guerra á
los franceses!» «¡Mueran los traidores!»
Con esto las autoridades salieron á inspeccionar
los puntos más amenazados de un ataque muy próximo
ya, y en la puerta de San Vicente se redactó
la elegante y lacónica contestación á las intimaciones
de Moncey: «Exorno. Sr.: El pueblo de Valen-
»cia prefiere la muerte en su defensa á todo acomo-
»damiento. Así lo ha hecho entender á la junta, y
»ésta lo traslada á V. E. para su gobierno.»
Solano se negó á llevar tal respuesta, y lo hizo
D. Joaquín Salvador, sobrino del Capitán general,
contra la opinión de Rico que deseaba la anunciaran
los cañones que harían ver con mayor elocuencia
el noble y heroico propósito de los valencianos.
Desde aquel instante todo Valencia se dispuso á
la pelea, y las autoridades, acabado el período de
las vacilaciones á que no podían menos de entregarse
ínterin hubiese camino á la debilidad, se dedicaron
á secundar con sus providencias la acción hasta
entonces desordenada de sus administrados.
Defensas de Ya indicamos en el cuadro de los beligerantes,
Valencia, estampado al final del primer tomo, cuáles eran las
fortificaciones de Valencia. En los límites de un es-