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de tantas fuerzas en el corazón, puede decirse, de
Zaragoza, anunciada lúgubremente por los vigías
de la Torre nueva, se introduce el desaliento en los
defensores que, sin orden ya ni concierto, pelean
desbandados y sin esperanza contra las masas numerosas,
compactas y disciplinadas de los invasores.
Al verlos desembocar en el Coso, todo Zaragoza se
estremece, y mugeres, niños y ancianos buscan su
salvación en la fuga. Todas las calles que conducen
al puente, se inundan de gentes que se chocan y se
empujan por llegar al Arrabal antes que se les intercepte
el camino, extendiendo con sus gritos el pánico
de que están poseídas, á los que aún conservan las
armas en la mano. Arrastrados por esa atracción que
el terror ejerce siempre hasta en las almas del más
elevado temple, atracción que tantas veces ha salvado
de la deshonra á las colectividades militares,
los defensores, empujados al Coso por las columnas
francesas, contemplan como inútil la prolongación
de sus esfuerzos, y en la ignorancia de puntos todavía
inexpugnados, siguen en su mayor número la
dirección general, la del puente.
Segunda salí- Ya para entonces habia abandonado la ciudad el
da de Pala- g e n e r ai Palafox, seguido de gran parte de la caballería
y algunos Oficiales de su Estado Mayor. Cuando
los franceses se abrieron paso por el aportillado
recinto de Santa Engracia y el Carmen, Palafox
comprendió que era imposible la resistencia si á la
masa ingente que iba á desarrollar su acción dentro
ya de la ciudad no se oponían otras fuerzas más poderosas
y más frescas que las diezmadas y jadeantes
de los defensores. Existían algunas no lejos de Za-