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ceses. El ataque estuvo muy bien preparado, así
con el bombardeo como con el violentísimo fuego
de la mañana del 2 que destruyó casi completamente
las obras de defensa de los puntos de mayor importancia.
La acción fué simultánea en casi toda la línea
para que los defensores no pudiesen acudir en
gran número á cada una de las puertas atacadas, y
los jefes no olvidaron nada para que cada columna
pudiera bastarse á sí misma, de modo que si una
cualquiera de las seis obtenía ventajas de alguna
consideración, pudiera establecerse en el puesto conquistado
y servir de base á nuevas y más decisivas
operaciones. Pero debemos confesarlo, aun cuando
esta circunstancia deba aminorar en algo la gloria
de los zaragozanos, los soldados franceses no demostraron
en aquel dia el valor que los distingue: parecían
más bien arrastrados por la idea del deber, tomada
en su acepción más fría, y por el temor al castigo,
que por el entusiasmo que constituye la cualidad
más eminente de los antiguos y modernos galos.
Dice un testigo ocular ^que las tropas francesas
»estaban acobardadas y que muchas veces habia
•>visto á sus oficiales pegarles de sablazos para que
avanzasen;» aserto tan confirmado, que el mismo
Thiers tiene que reconocerlo confesando en su obra
que «el gran número de oficiales muertos ó heridos
'>en aquella acción demostraba qué exfuerzos habian
»tenido que liacer para sostener aquellos jóvenes
»soldados en presencia de tales dificultades.»
En Zaragoza se dejó ver por momentos esa irregularidad
en el combatir peculiar del paisanaje,
particularmente en un pueblo que, como el nuestro,