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disciplina ni confianza, siquiera, en sus jefes y oficiales,
tan novicios, en su mayor parte, como ellos,
en la ruda, larga y difícil carrera de las armas. (1)
Unos y otros se hallaban, sin embargo, animados
del mayor entusiasmo por causa tan santa y por el
que no podia menos de infundirles con su ejemplo
la muchedumbre de todas clases, edades y sexos
que, aún inerme, ofrecía Zaragoza en holocausto á
los objetos de su veneración y cariño, amenazados
por un extranjero que hasta entonces no habia dado
muestra alguna de querer respetarlos. (2)
Si al general Lefebvre no le era dable conocer la
situación de Zaragoza con la exactitud con que acabamos
de describirla, no debia tampoco ignorar sus
condiciones más esenciales. Los combates que acababa
de reñir, tan sin daño por su parte, le harían
desechar todo temor respecto de los soldados que
tenia á su frente, y las desgracias que habia hecho
experimentar á los aragoneses le inspirarían la confianza
de no encontrar resistencia en otros nuevos
encuentros fuera ó dentro de las tapias de Zaragoza.
Así es que desde el momento en que avistó los Lefebvre em-
puestos avanzados de nuestros compatriotas en el préndela
Canal, mandó á su vanguardia arrollarlos conelma- C
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' ° de Zaragoza.
yor ímpetu y perseguir á los defensores de cerca para
penetrar con ellos en la ciudad, si es que los habitantes
no le ofrecían espontánea y humildemente
la entrada.
M) Véase el apéndice núm. 1.° que contiene el estado de fuerza
en los primeros dias del sitio.
(2) «La situación de Zaragoza, dice Schepeller. era desesperada;
pero no para españoles.»