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ellos también, y en aquel árido y pedregoso campo,
regado ahora de sangre y cubierto de cadáveres, los
voluntarios de Navarra son los únicos que resisten
todavía el inmenso alud que amenaza abrumarlos
con su mole y pesadumbre. Ni el desorden
que crece á sus espaldas y les arrebata hasta la última
esperanza de auxilio, ni el estrago que en sus
filas causa el enemigo, libre completamente ya en
sus movimientos y destrozando cuanto encuentra en
su camino, intimidan á los soldados de Navarra. A
la voz de su jefe, el brigadier Mendizábal, las tilas
se mantienen unidas, y ni uno solo de aquellos valientes
abandona su gloriosa bandera que sigue dada
al viento y desafiando la furia de las águilas francesas.
Sólo la orden de su general en jefe, que necesita
trasmitírsela en persona si ha de verse obedecido,
arranca á los navarros del puesto que ocupaban en
la primera línea para retirarse en formación correcta,
imponiendo siempre á los enemigos y dando tiempo
y solaz á sus camaradas para ponerse en salvo. ¡Honor
eterno al esforzado batallón que así lavaba la
reciente mancha que sobre él habian impreso algunos
reclutas indisciplinados! ¡Honor eterno á su heroico
jefe, raíz poco después de un título de perdurable
memoria en los fastos militares!
Ya hemos dicho que la carga de los cazadores
franceses iba apoyada por el resto de la caballería
que regia Lasalle y las divisiones Mouton y de reserva,
dirigidas á impedir que el ejército de Castilla
prestara socorro alguno al de Galicia, blanco entonces
de la furia francesa.
A
18 Y a s í f u é : c o m o t o d o e l e é r c i t 0 d t í
izquierda. J
Bessiéres avan-