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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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ecoger los regalos en efectivo por ignorar ciertas violaciones de las<br />

ordenanzas municipales en relación con las basuras, el aparcamiento de<br />

vehículos, etc.; no, él no siguió el ejemplo de su padre, sino que se metía el<br />

dinero en el bolsillo tranquilamente, sin sentir nada parecido a remordimientos,<br />

pues consideraba que el dinero que le pagaban los comerciantes se lo había<br />

ganado de sobra. Nunca se había metido en un cine o un restaurante en horas<br />

de servicio, a pesar de que otros compañeros suyos lo hacían, sobre todo en<br />

las frías noches de invierno. Siempre había efectuado las rondas. Siempre<br />

había proporcionado protección a “sus” tiendas. Cuando algún mendigo<br />

molestaba a la gente, él sabía cómo tratarlo para que el vagabundo no tuviera<br />

nunca más ganas de volver por el distrito. Y la gente del barrio sabía apreciar lo<br />

que McCluskey hacía por ellos.<br />

Además, sabía amoldarse al sistema establecido. Los corredores de apuestas<br />

de su distrito sabían que nunca sería capaz de pedir dinero extra para su<br />

provecho particular; siempre se contentaba con la parte que le correspondía de<br />

la bolsa común. Su nombre estaba en la lista, junto con el de otros policías de<br />

su sección, y nunca, al contrario que algunos de ellos, había pedido dinero<br />

suplementario. Era un buen policía, un hombre que jugaba limpio, y por ello no<br />

era de extrañar que hubiera ido ascendiendo, si no de forma espectacular, sí<br />

gradual y constantemente.<br />

Ahora tenía a su cargo a su esposa y cuatro hijos, ninguno de los cuales era<br />

policía. Todos fueron a la Universidad de Fordham, a pesar de que cuando el<br />

mayor de sus hijos hizo su ingreso en aquel centro superior, él era solamente<br />

sargento. Luego pasó a teniente, y más tarde a capitán. Los suyos nunca<br />

habían carecido de nada. En sus años de sargento, McCluskey empezó a<br />

adquirir reputación de hombre difícil de contentar. La cuota que tenían que<br />

pagar los apostadores profesionales de su distrito era mayor que la que se<br />

pagaba en cualquier otra parte de la ciudad. Debía de ser porque la educación<br />

de sus hijos le costaba mucho dinero.<br />

En efecto, McCluskey no sentía remordimiento alguno. ¿Qué culpa tenían sus<br />

hijos de que la policía pagara tan mal a sus oficiales? ¿Acaso no tenían<br />

derecho a acudir a las mejores escuelas y universidades? Él protegía a los<br />

comerciantes y apostadores de su distrito, arriesgando su propia vida, a veces.<br />

Gracias a él, su zona era la más segura de la ciudad. Consideraba que merecía<br />

bastante más de lo que le pagaban, pero no se quejaba; al contrario,<br />

comprendía las circunstancias.<br />

Bruno Tattaglia había sido un viejo amigo suyo. Bruno había ido a la<br />

Universidad de Fordham con uno de sus hijos. Después, cuando abrió su sala<br />

de fiestas, los McCluskey iban algunas veces a cenar y a beber un poco al local<br />

del amigo de su hijo, disfrutando, además, del espectáculo. Cada año, por<br />

Nochebuena, recibían una invitación del director del local, y siempre les<br />

destinaban una de las mejores mesas. Bruno siempre se preocupaba de que<br />

les presentaran a las celebridades que actuaban en el club, que a veces eran<br />

grandes estrellas de Hollywood. En alguna ocasión, como cabía esperar, Bruno<br />

pedía algún pequeño favor, como un certificado de buena conducta para<br />

alguna artista, al efecto de que pudiera trabajar en el night–club. Naturalmente,

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