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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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arreglado este punto, señores, creo que podremos hablar de otros asuntos que<br />

a todos interesan, y estoy convencido de que esta reunión será beneficiosa<br />

para todos.<br />

Y terminó su parlamento confesando, con un gesto expresivo:<br />

– Eso es lo que deseo de corazón.<br />

Había hablado muy bien. Era el Don Corleone de siempre. Razonable, flexible,<br />

suave. Pero todos se habían dado cuenta de que había dicho que volvía a<br />

disfrutar de buena salud, lo que significaba que no se consideraba derrotado, a<br />

pesar de las desgracias sufridas. También notaron todos que había dicho que<br />

no valía la pena discutir otros asuntos, si no se comprometían a garantizar la<br />

paz. Y, finalmente, todos recordaban que había solicitado que todo siguiera<br />

como antes, es decir, que los Corleone conservarían su imperio, a pesar de los<br />

reveses de los últimos tiempos.<br />

Quien respondió a Don Corleone no fue Tattaglia, sino Emilio Barzini. Habló en<br />

tono áspero, aunque no rudo ni insultante.<br />

– Todo lo que ha dicho es cierto. Pero hay algo más. Don Corleone es<br />

demasiado modesto. El hecho es que Sollozzo y los Tattaglia no podían<br />

emprender su nuevo negocio sin la ayuda de Don Corleone. Su negativa la<br />

consideraron como una ofensa. No es culpa de Don Corleone, naturalmente,<br />

pero lo cierto es que los jueces y los políticos que estarían dispuestos a recibir<br />

favores de Don Corleone, aun tratándose de drogas, no permitirían que<br />

influyese sobre ellos nadie que no fuera él. Sollozzo no podía operar si no<br />

contaba con la seguridad de que nadie se metería con sus hombres. Eso lo<br />

sabemos todos, pues de otro modo seríamos pobres como las ratas. Y ahora<br />

que las leyes son más severas, los jueces y los fiscales se muestran<br />

tremendamente duros cuando uno de nuestros hombres cae en sus garras. Las<br />

drogas son peligrosas. Hasta un siciliano puede quebrantar la “omertà” y decir<br />

todo lo que sabe, si lo sentencian a veinte años. Y eso no puede ser. Don<br />

Corleone controla todo ese aparato; por lo tanto, su negativa a permitirnos<br />

usarlo es impropia de un amigo. Equivale a quitar el pan de la boca a nuestra<br />

familia. Los tiempos han cambiado. Ya no es como antes, cuando cada uno<br />

podía seguir su camino sin preocuparse de los demás. Si Corleone tiene los<br />

jueces de Nueva York, debe compartirlos con nosotros. Puede pasarnos<br />

factura por tales servicios, naturalmente, pues después de todo no somos<br />

comunistas. Pero debe dejarnos sacar agua del pozo. Ni más, ni menos.<br />

Cuando Barzini terminó de hablar, se produjo una pausa. No podía volverse a<br />

la situación anterior. Lo más importante de lo que Barzini había dicho – sin<br />

decirlo– era que si no se llegaba a un acuerdo de paz, se uniría abiertamente a<br />

los Tattaglia en la lucha contra los Corleone. Y había señalado que la vida y la<br />

fortuna de todos ellos dependía de que se ayudaran mutuamente, y que una<br />

negativa en este sentido era como un acto de agresión. Los favores no se<br />

pedían a la ligera, por lo que tampoco podían negarse con ligereza.<br />

– Amigos míos –repuso Don Corleone–, si me negué no fue por mala voluntad.<br />

Todos ustedes me conocen. ¿Cuándo me he negado a negociar? En aquella<br />

ocasión, sin embargo, tuve que decir que no. ¿Por qué? Porque pienso que el

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