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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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– Ten cuidado con ese cerdo de Fanucci. Pertenece a la Mano Negra. Es más<br />

marrullero que un cura. ¿Quieres que yo esté a tu lado cuando entregues el<br />

dinero?<br />

Vito Corleone negó con la cabeza, sin molestarse en contestar. Al cabo de un<br />

momento, dijo a Tessio:<br />

– Comunícale a Fanucci que le pagaré aquí, en mi casa, esta noche a las<br />

nueve. Tengo que ofrecerle a nuestro hombre un vaso de vino y, naturalmente,<br />

charlar un poco con él. Debo convencerlo de que acepte sólo doscientos<br />

dólares de cada uno de nosotros.<br />

– No tendrás esa suerte. Fanucci nunca da el brazo a torcer –comentó Tessio.<br />

– Razonaré con él –replicó Vito Corleone. Esta frase se haría famosa en los<br />

próximos años. Se convertiría en el último aviso, en el anuncio de sangrientas<br />

batallas. Cuando, convertido ya en Don, pedía a sus oponentes que razonaran<br />

con él, éstos sabían que ello significaba la última oportunidad de resolver un<br />

asunto sin derramamiento de sangre.<br />

Aquel día, después de cenar, Vito Corleone dijo a su esposa que llevara a los<br />

dos niños, Sonny y Fredo, a la calle, y le ordenó que por nada del mundo los<br />

dejara subir al piso hasta que él lo dijera. Ella debería permanecer en la<br />

escalera, junto a la puerta del apartamento, vigilando. Tenía que resolver un<br />

asunto con Fanucci, y no quería que nadie los interrumpiera.<br />

Al ver la expresión de miedo de su mujer, dijo para tranquilizarla:<br />

– ¿Crees que te has casado con un loco? Ella no respondió. No respondió<br />

porque tenía miedo, pero no miedo de Fanucci, sino de su propio marido. Le<br />

veía cambiar de día en día, de hora en hora. Cada vez más, Vito irradiaba una<br />

especie de fuerza peligrosa. Siempre había sido un hombre tranquilo, parco<br />

pero amable, y, algo extraordinario en un siciliano, razonable. La mujer asistía<br />

a un cambio radical de su marido. Se daba cuenta de que Vito se estaba<br />

quitando su disfraz de hombre inofensivo. Tenía veinticinco años y se disponía<br />

a comenzar una nueva vida, su verdadera vida.<br />

Vito Corleone había decidido matar a Fanucci. Al hacerlo ganaba setecientos<br />

dólares: los trescientos que hubiera tenido que pagar al terrorista de la Mano<br />

Negra, más los doscientos de Clemenza y los doscientos de Tessio. Si no lo<br />

hacía tendría que pagar quinientos dólares de su bolsillo. Además, para él<br />

Fanucci no valía, vivo, setecientos dólares; por lo tanto no estaba dispuesto a<br />

pagar setecientos dólares para que siguiera con vida. Si Fanucci hubiese<br />

necesitado setecientos dólares para una operación quirúrgica, no se los habría<br />

dado por la sencilla razón de que no le debía favor alguno, de que no había<br />

ningún lazo de sangre que los uniese. No, no estimaba a Fanucci. ¿Por qué,<br />

entonces, tenía que darle setecientos dólares?<br />

Más aún. Si Fanucci quería quitarle setecientos dólares por la fuerza ¿qué<br />

razón se oponía a que Vito Corleone lo matara? El mundo seguiría marchando<br />

sin Fanucci.

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