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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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– No soy de ésos –respondió.<br />

– Te lo ruego, pon un disco tuyo –insistió la muchacha–. O mejor aún, cántame<br />

una canción. Me echaré en tus brazos, igual que lo hacen tus compañeras<br />

femeninas en la pantalla.<br />

Johnny rió con ganas. Años atrás, cuando era más joven, había hecho esas<br />

cosas, y el resultado siempre había sido el mismo: las chicas adoptaban un aire<br />

fascinador, como si estuvieran delante de una cámara. Hacía tiempo que había<br />

abandonado la costumbre de cantar para una chica; de hecho, hacía meses<br />

que no cantaba en absoluto, pues no confiaba en su voz. Además, la gente no<br />

sabía hasta qué punto los profesionales dependen de la técnica, sin la cual la<br />

voz pierde gran parte de su calidad. Evidentemente hubiera podido poner un<br />

disco suyo, pero el escuchar su voz le producía la misma vergüenza que siente<br />

un hombre gordo cuando muestra fotografías en las que aparece joven y<br />

delgado.<br />

– Mi voz no está afinada –objetó–. Además, para serte sincero, estoy cansado<br />

de oírme.<br />

Ambos bebieron.<br />

– Tengo entendido que estás maravilloso en esta película –dijo la muchacha,<br />

tras unos instantes de silencio–. ¿Es cierto que la hiciste sin cobrar ni un<br />

centavo?<br />

– Sólo por una cantidad puramente simbólica –repuso Johnny.<br />

Se levantó para volver a llenar el vaso de la muchacha, le ofreció un cigarrillo y<br />

se lo encendió. La muchacha dio una calada al cigarrillo y bebió un sorbo de<br />

licor, mientras Johnny volvía a sentarse junto a ella. El vaso de él estaba más<br />

lleno que el de Sharon, pues Johnny necesitaba animarse. Su situación era la<br />

inversa de cualquier otro amante. Era él quien tenía que emborracharse, no la<br />

chica. Cuando él no estaba en forma, las mujeres lo estaban demasiado;<br />

siempre ocurría lo mismo. En este sentido, los dos últimos años habían sido un<br />

infierno. Lo único que podía hacer era dormir una noche con una muchacha<br />

desconocida, llevarla a cenar unas pocas veces y hacerle un valioso regalo.<br />

Luego debía procurar que la muchacha no se sintiera herida en sus<br />

sentimientos por el hecho de haber sido juguete de una sola noche. La mayoría<br />

se consolaba con poder decir que habían sido amadas por Johnny Fontane. Y<br />

aunque lo que Johnny sentía por ellas no era amor, tampoco se trataba de ser<br />

exageradamente puritano. Las mujeres que hacían el amor por el solo placer<br />

de hacerlo, las que luego se vanagloriaban de haber “dormido” con Johnny<br />

Fontane, le causaban verdadera repugnancia. Pero a quienes encontraba<br />

realmente odiosos era a los maridos que decían perdonar a sus esposas el<br />

haberles sido infieles, pues hasta incluso a las más virtuosas les resultaba<br />

difícil sustraerse al encanto de un gran cantante y actor como Johnny Fontane.<br />

Y eso se lo decían en la cara. Johnny Fontane adoraba los discos de Ella<br />

Fitzgerald. Le gustaba aquella voz tan limpia, aquella forma de vocalizar. Era lo<br />

único que realmente entendía y sabía que lo entendía mejor que cualquier otra<br />

persona del mundo. Ahora, cómodamente sentado en el sofá, con el coñac<br />

acariciándole la garganta, sintió deseos de cantar al unísono con Ella, pero eso

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