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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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el tatuaje de su vientre, todos se rieron al ver al hombre y la mujer desnudos a<br />

quienes el marido burlado apuñalaba. Fue entonces cuando Michael sufrió el<br />

ataque de lo que los sicilianos llaman “el rayo”.<br />

Más allá del naranjal se extendían los verdes campos propiedad de un barón, y<br />

frente al mismo, al otro lado de la carretera, había una villa, de aspecto tan<br />

romano que parecía sacada de las ruinas de Pompeya. Era un pequeño<br />

palacio, de enorme pórtico de mármol y esbeltas columnas griegas. Procedente<br />

de allí, se acercaba un grupo de muchachas campesinas, acompañadas por<br />

dos robustas matronas completamente vestidas de negro. Eran del pueblo y<br />

acababan de cumplir con sus deberes para con el barón, consistentes en<br />

limpiar y barrer el palacio, preparándolo para la estancia invernal de su<br />

propietario. En ese momento se hallaban arrancando flores con las que adornar<br />

todas las habitaciones, y sin reparar en la presencia de los tres hombres, iban<br />

acercándose a éstos.<br />

Lucían delantales multicolores, y aunque ninguna debía de tener más de veinte<br />

años, sus cuerpos estaban plenamente desarrollados. Tres o cuatro de ellas<br />

empezaron a perseguir a una que corría en dirección al naranjo debajo del cual<br />

se encontraban sentados Michael y los dos campesinos. La perseguida llevaba<br />

un racimo de uvas, y arrojaba granos a sus perseguidoras. Tenía el cabello<br />

negro y brillante, y su cuerpo parecía querer escapar de la piel que lo envolvía.<br />

Cuando estuvo muy cerca del naranjo, se detuvo en seco al ver a Michael y sus<br />

protectores. Parecía dispuesta a echar a correr nuevamente, como si la<br />

asustase el que éstos la miraran fijamente. Toda ella era un conjunto de óvalos;<br />

sus ojos, su rostro, su figura... todo era ovalado. Su piel morena y sus enormes<br />

ojos negros, protegidos por unas largas pestañas, eran impresionantes. Su<br />

boca, sin ser excesivamente grande, era carnosa y de aspecto dulce, pero en<br />

absoluto débil. Era tan increíblemente atractiva que Fabrizzio exclamó, en<br />

broma:<br />

– ¡Acoge mi alma, Jesucristo, que me estoy muriendo!<br />

Ella como si hubiera oído al demonio, regresó corriendo junto a sus<br />

compañeras. Al correr, sus caderas parecían querer reventar el estrecho<br />

vestido, aunque era evidente que ella no se daba cuenta de lo sensual que<br />

resultaba. Cuando llegó al lado de las otras muchachas, extendió el brazo en<br />

dirección al naranjo a cuya sombra se sentaban los tres hombres, y todas se<br />

alejaron, riendo, escoltadas por las dos matronas vestidas de negro.<br />

Sin ser consciente de sus actos, Michael, se encontró de pie y con el corazón<br />

latiendo más deprisa de lo normal; se sentía un poco aturdido y notaba que la<br />

sangre bullía en su cuerpo. Percibía intensamente los mil perfumes de la isla; el<br />

aire olía a naranja, a limón y a flores. El cuerpo no le pesaba. Se sentía en otro<br />

mundo. Por fin, oyó la risa alegre de los dos pastores.<br />

– ¿Ha sido atacado por el rayo, eh? –dijo Fabrizzio, dándole una palmada en el<br />

hombro.<br />

Incluso Calo comentó en tono amistoso:<br />

– Tómeselo con calma.

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