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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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– Aquí tiene el aumento de seis meses. No es necesario que le diga nada a<br />

ella. Se trata de una mujer orgullosa. Dentro de seis meses volveremos a<br />

vernos. Y, naturalmente, le permitirá usted que se quede con el perro.<br />

– ¿Y quién diablos es usted para darme órdenes? –preguntó, indignado, el<br />

signar Roberto–. Cuide sus modales, o le pegaré una patada en el trasero. Vito<br />

Corleone fingió mostrarse sorprendido.<br />

– Le estoy pidiendo un favor, sólo eso –dijo–. Uno nunca sabe a quién va a<br />

necesitar en la vida ¿no es cierto? Vamos, acepte este dinero; se lo ofrezco en<br />

prueba de mi buena voluntad. Luego, decida usted libremente.<br />

Puso el dinero en la mano del señor Roberto y añadió:<br />

– Hágame este pequeño favor. Acepte d dinero y piense en la pobre viuda.<br />

Mañana por la mañana, si se empeña usted en devolverme el dinero, hágalo.<br />

Si quiere que la mujer abandone su piso ¿cómo podré impedirlo? El piso es<br />

suyo, después de todo. Si no quiere que se quede con el perro, lo comprendo<br />

perfectamente; a mí los animales nunca me han gustado.<br />

Dio un golpecito en el hombro del señor Roberto, y luego, en tono persuasivo,<br />

concluyó:<br />

– Me va a hacer este pequeño favor ¿verdad? No lo olvidaré. Hable con mis<br />

amigos del vecindario. Todos le dirán que soy hombre que gusta de manifestar<br />

su agradecimiento.<br />

Naturalmente, el señor Roberto había comenzado a comprender. Al despedirse<br />

de Vito Corleone hizo sus averiguaciones, y no esperó a la mañana siguiente:<br />

aquella misma noche llamó a la puerta de los Corleone, se excusó por lo<br />

intempestivo de la hora y aceptó un vaso de vino que le ofreció la signara de la<br />

casa. Le aseguró a Vito que todo había sido un mal entendido, que la signara<br />

Colombo podría permanecer en el piso y que, desde luego, podría tener el<br />

perro. ¿Qué se habían creído aquellos miserables inquilinos? ¿Acaso tenían<br />

derecho a protestar por el escaso ruido que hacía el pobre animal, pagando un<br />

alquiler tan bajo? Finalmente, puso encima de la mesa los treinta dólares que<br />

horas antes le había entregado Vito Corleone y agregó:<br />

– Su buen corazón al ayudar a esa pobre viuda me ha conmovido. Quiero<br />

demostrarle que también yo sé lo que es la caridad cristiana. El alquiler seguirá<br />

siendo el mismo que hasta ahora.<br />

Ambos hombres interpretaban su papel a la perfección. Vito sirvió más vino,<br />

pidió a su esposa unos pastelitos, estrechó amistosamente la mano del señor<br />

Roberto y alabó su benevolencia. El señor Roberto, por su parte, afirmó que el<br />

haber conocido a un hombre como él había restaurado su fe en la humanidad.<br />

Finalmente, se despidieron. El señor Roberto, asustado, tomó el tranvía y se<br />

fue a su casa, en el Bronx. Se acostó enseguida. Estuvo tres días sin dejarse<br />

ver por sus propiedades.<br />

En el vecindario, Vito Corleone se había convertido en un “hombre de respeto”.<br />

Se decía que era un reputado miembro de la Mafia siciliana. Un día, un hombre<br />

que organizaba partidas de cartas se acercó a él y se ofreció a pagarle veinte

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