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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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– ¿Está usted seguro de que el propietario se mostrará de acuerdo? –preguntó.<br />

– ¿El signar Roberto? –dijo Vito, con voz de sorpresa–. Naturalmente que se<br />

mostrará de acuerdo. Es un buen hombre. Cuando yo le explique el caso se<br />

apiadará de sus desgracias. Ahora, deje ya de preocuparse. No esté tan triste.<br />

Cuide su salud, pues sus hijos la necesitan.<br />

El propietario, el señor Roberto, iba cada día al vecindario, donde poseía cinco<br />

pisos. Era un “padrone”, es decir, un hombre que facilitaba a las grandes<br />

compañías trabajadores italianos recién llegados al país. Con las ganancias de<br />

esta especie de trata había ido comprando los pisos, uno a uno. Procedía del<br />

norte de Italia y era un hombre educado que despreciaba a los analfabetos de<br />

Sicilia y Nápoles que se convertían en sus inquilinos. Le repugnaba que<br />

echaran la basura a los respiraderos y dejaran a las ratas destrozar las paredes<br />

sin hacer nada para evitarlo. No era mala persona, era buen esposo y padre,<br />

pero se preocupaba constantemente de sus inversiones, del dinero que<br />

ganaba, de los inevitables gastos que debía efectuar en sus propiedades. Todo<br />

ello había afectado sus nervios, por lo que continuamente estaba irritado.<br />

Cuando Vito Corleone le paró en la calle para decirle que deseaba hablar con<br />

él, el señor Roberto se mostró brusco. No demasiado, desde luego, pues sabía<br />

que aquella gente del Sur era capaz de acuchillarlo a uno si se sentía ofendida,<br />

pero tampoco demasiado poco, pues aquel joven parecía ser muy tranquilo y<br />

sosegado.<br />

– Signar Roberto –dijo Vito Corleone–, la amiga de mi esposa, una pobre viuda,<br />

me ha explicado que usted le ha ordenado que abandone el piso que alquila,<br />

del cual es usted propietario. Está desesperada. No tiene dinero, y todos sus<br />

amigos viven aquí, en este vecindario. Le dije que yo hablaría con usted, le<br />

aseguré que es usted un hombre razonable, y que seguramente hubo un mal<br />

entendido. Ya se ha deshecho del perro que fue la causa del problema. ¿Por<br />

qué no le permite quedarse? De un italiano a otro, signar Roberto, le ruego que<br />

no eche a la calle a la pobre viuda.<br />

El signar Roberto miró de arriba abajo al joven que tenía delante, y vio a un<br />

hombre de estatura mediana, pero corpulento, con aspecto de aldeano, pero no<br />

de bandido. Lo que le hacía gracia era que se atreviera a llamarse italiano.<br />

– Ya he alquilado el piso a otra familia –dijo el señor Roberto–, y por una suma<br />

más elevada. Comprenderá que ahora ya no puedo volverme atrás.<br />

Vito Corleone hizo un gesto de amable comprensión.<br />

– ¿Cuánto saca de más? –preguntó.<br />

– Cinco dólares a la semana –contestó el propietario.<br />

Era mentira. Por aquel piso, compuesto de cuatro oscuras habitaciones, la<br />

signara Colombo pagaba doce dólares mensuales, y era seguro que el nuevo<br />

inquilino no pagaría más de aquella cantidad.<br />

Vito Corleone sacó de su bolsillo un fajo de billetes y, entregando tres de diez<br />

dólares al propietario, dijo:

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