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Mario%20Puzo%20-%20El%20Padrino

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tenían todo dispuesto para empezar la jornada. Frente a ellos tenían unas<br />

libretas rayadas en las que anotaban las apuestas. En una pizarra adosada a la<br />

pared, estaban escritos los nombres de los dieciséis equipos de la liga de<br />

béisbol, debidamente emparejados para que se supiera quién se enfrentaría<br />

con quién. Junto a la inscripción de cada encuentro figuraban también ocho<br />

cuadros destinados a escribir los posibles resultados.<br />

– ¿Está conectado con el nuestro el teléfono de la tienda? –le preguntó Carlo a<br />

Coach.<br />

– No, ya lo hemos desconectado –respondió Coach. Carlo se acercó a la pared<br />

en la que estaba el teléfono y marcó un número. Sally Rags y Coach lo<br />

contemplaron impasibles, mientras anotaba las probabilidades de cada<br />

encuentro. Cuando hubo colgado el auricular, los dos hombres procedieron a<br />

anotar en la pizarra los números que Carlo había recogido por teléfono. Aunque<br />

Carlo lo ignoraba, Rags y Coach ya habían efectuado también una llamada,<br />

para asegurarse de que aquél había trascrito fielmente los datos que le habían<br />

sido transmitidos. En la primera semana de su trabajo como corredor de<br />

apuestas, Carlo se había equivocado al escribir las probabilidades en la<br />

pizarra, y no convenía que volviera a ocurrir, ya que el único que perdía en<br />

esos casos era el corredor. Si un jugador apostaba de acuerdo con un<br />

pronóstico falseado, y luego apostaba otra vez, con otro corredor, de acuerdo<br />

con el pronóstico correcto, no podía perder. Aquel fallo de Carlo supuso una<br />

pérdida de seis mil dólares, lo que confirmó la opinión que el Don tenía de su<br />

yerno. Aquel día ordenó que en adelante el trabajo de éste fuera debidamente<br />

comprobado.<br />

Normalmente, los miembros más importantes de la familia Corleone nunca se<br />

hubieran ocupado de semejantes detalles. Había por lo menos cinco escalones<br />

entre ellos y Carlo Rizzi. Pero ya que el negocio de apuestas era, ante todo,<br />

una prueba para éste, se encontraba bajo la supervisión directa de Tom Hagen,<br />

a quien Sally Rags y Coach tenían que informar a diario, por escrito.<br />

Los apostadores entraron en la sala dispuestos a jugar. Algunos llevaban a sus<br />

hijos de la mano. Un hombre que acababa de apostar fuerte, dijo,<br />

cariñosamente, a la niña que lo acompañaba:<br />

– ¿Quiénes te gustan más, cariño, los Gigantes o los Piratas?<br />

La niña, fascinada por los pintorescos nombres de los equipos, contestó:<br />

– ¿Los Gigantes son más fuertes que los Piratas, papá?<br />

El hombre se echó a reír.<br />

La gente empezó a colocarse frente a los dos empleados. Cuando uno de<br />

éstos acababa de llenar una hoja, la arrancaba de la libreta, envolvía el dinero<br />

con ella y lo entregaba a Carlo. Éste salió de la estancia, subió por unos<br />

escalones, entró en la vivienda ocupada por el propietario de la pastelería y su<br />

familia, y metió el dinero en una caja fuerte oculta por una cortina. Luego, tras<br />

quemar la hoja de las apuestas y echar las cenizas en la taza del váter, regresó<br />

a la habitación de la parte trasera de la tienda.

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